Hasta que todas las víctimas hablen
El Vaticano extiende a toda Europa una red para compartir buenas prácticas frente a los abusos, pues en algunas diócesis el trabajo es incipiente
En 2021 se forjó en Varsovia (Polonia) una robusta red de comunicación para que las conferencias episcopales, órdenes y congregaciones religiosas y sociedades de vida apostólica de Europa del Este compartieran con regularidad las experiencias exitosas en la lucha contra los abusos sexuales. «Funciona muy bien: se reúnen mensualmente y tienen un comité directivo», asegura Teresa Devlin, coordinadora europea de la Pontificia Comisión para la Protección de Menores (PCPM).
La semana pasada, este organismo del Vaticano organizó un encuentro para «extender este instrumento a la Iglesia presente en los países de Europa occidental y central», que hasta ahora no formaban parte de él. Durante tres días, del 12 al 15 de noviembre, representantes de países europeos pusieron en común sus programas de protección frente a los abusos y los proyectos con los que asisten a las víctimas. Una de las conclusiones de este congreso fue que muchas víctimas «siguen sufriendo en silencio y que la respuesta de la Iglesia no siempre es buena», revela Devlin. Una negligencia que solo se resuelve escuchando sus horribles vivencias. Cuando ves «cómo fueron maltratados cuando eran niños indefensos comprendes plenamente que el sistema ha perpetrado otro abuso al silenciarlos», señala la coordinadora de la comisión. Además, preside desde 2014 el Consejo Nacional para el Cuidado de los Niños en la Iglesia Católica en Irlanda, una organización laica e independiente creada en 2006.
Como ya subrayó a finales de octubre el primer informe sobre políticas y procedimientos de tutela elaborado por la PCPM, en Europa y el resto del mundo las diócesis manejan estos casos a varias velocidades. Algunas, afirma Devlin, «tienen muy buenos servicios de apoyo a las víctimas», que se dieron a conocer durante el encuentro. El Proyecto Repara, del Arzobispado de Madrid, fue una de las iniciativas más aplaudidas. Lidia Troya, responsable de primera acogida, aseguró que para curar «es necesario hablar». Por su parte, el obispo de Teruel, José Antonio Satué, ciudad donde también se ha puesto en marcha el proyecto , dejó clara la necesidad de que la Iglesia emprenda «un camino de conversión» de la mano de las víctimas. También se presentaron los puntos de contacto creados en Bélgica para que las víctimas puedan denunciar en un ambiente seguro; o la labor del Centro Juvenil Juan Pablo II, en Bosnia y Herzegovina, con un programa en el que jóvenes, incluso de otras religiones, reflexionan sobre la violencia y la sanación con testimonios de mujeres y niños que la sufrieron durante la guerra de los Balcanes. Otros países, como Francia, Alemania o Hungría, compartieron iniciativas de colaboración con las autoridades.
Sin embargo, Devlin reconoce que en algunas diócesis europeas «el trabajo es todavía incipiente». Muchos de los ponentes admitieron «que la mayoría de los abusos tuvieron lugar entre 1950 y el año 2000», lo que significa que muchas personas están denunciando ahora. «No podemos detenernos hasta que todas las víctimas hayan contado su historia», destaca. En las sesiones estaban presentes algunos funcionarios del Dicasterio para la Doctrina de la Fe, ya que también se abordaron cuestiones relativas al derecho canónico y a la ley civil de cada país. Está previsto que este tipo de reuniones con la Curia romana se hagan a partir de ahora de forma periódica para ayudar a las Iglesias locales a responder con contundencia a estos delitos.