Julián Carrón: «Si las personas no crecemos, perdemos la vida viviendo»
El expresidente de CL presentó en la Fundación Pablo VI su último libro, una recopilación de diálogos con gente del mundo de la cultura en los que propone llegar al cristianismo a través de la atracción
No hemos visto nada igual, dice el título del libro. ¿Qué es eso tan único?
Es la forma más sencilla de comunicar a otros qué ha significado el cristianismo para aquellos que lo han visto nacer. Me gusta esta frase porque describe cuál era la reacción que tenían las personas normales, no los fariseos o los del entorno religioso, delante del acontecimiento que sucedía estando con la persona de Jesús. Estaban tan sorprendidos que no podían menos que decir que no habían visto una cosa igual en la vida, por el tipo de humanidad, por la mirada sobre las personas, por la libertad que tenía respecto a todos… lo que le hacía una presencia totalmente original.
En el libro, que se compone de entrevistas y ponencias desde 2017, habla entre otras muchas cosas de la atracción hacia la fe, que no se puede imponer por ley, sino por contagio. Estamos ahora en un contexto social especialmente emotivo y absortos en un debate eclesial sobre si pecamos de exceso de emotividad y estamos relegando la razón para fomentar esa atracción.
La belleza, por su naturaleza, atrae. El problema es que si reducimos el cristianismo a ética o a discurso, no te prende. ¿Pero qué entendemos por atracción? Cada intento que se hace hoy en la sociedad y en la Iglesia debe ser bienvenido, porque estamos en búsqueda de formas de comunicación del cristianismo que puedan ser atractivas para las nuevas generaciones, que ya no tienen la tradición a sus espaldas. Pero cada intento que hacemos tiene que ser sometido a la verificación de cuánto dura, porque puede ser una cosa inicial que fascina, pero debe tener densidad suficiente como para continuar atrayendo en el tiempo. El atractivo tiene que ser verificado en la cotidianidad de la vida, en el trabajo, en el estudio, en la enfermedad, en los fracasos, para ver si aquello resiste, si da una consistencia a la vida que confirme que no hemos visto jamás una cosa igual.
Quizá nos hemos centrado en lo experiencial, que es fundamental pero no suficiente.
¿Qué relación existe entre el atractivo inicial y la formación? Esta cuestión se resuelve muchas veces de modo dualista: hago la experiencia y tengo que formarme. Pero tantas veces esto permanece externo a la persona… Si no tocamos en el centro del ser se pueden tener momentos de efusión, pero permanecerá el dualismo. Si las personas no crecemos, perdemos la vida viviendo. Y este vivir no genera una persona consistente, llena de razones, que se distingue por el modo con el que habla de las cosas, que no lo hace solo piadosamente y es capaz de dialogar en la realidad, delante de los desafíos de la vida. Si no es así, la formación irá por una parte y la experiencia emotiva por otra.
¿No cree que a veces nos perdemos en los números?
Lo hemos visto en Jesús. Atraía a las masas, pero no se contentaba con eso. Y dice que no solo de pan vive el hombre. Tantas personas tienen pan para vivir pero no son felices. Él eleva el desafío y dice que si no comemos su Carne y bebemos su Sangre, no tendremos vida en nosotros. No solo depende de que las cosas vayan bien en el trabajo, en el matrimonio… Quiere personas que hayan percibido la grandeza de lo que han visto. En el fondo, vamos a Jesús para responder a nuestras necesidades más inmediatas, pero la curación es la relación con Él. El encuentro con Cristo despierta toda la exigencia de la razón, de la libertad, para no contentarnos solo con las burbujas del champán, que son demasiado poco para la exigencia de felicidad a la que necesitamos responder. Estamos en un momento vertiginoso, pero aparece ahora la irreductibilidad de la persona. Paradójicamente, cuanto más ve la gente el gran éxito de las cosas, más se da cuenta de que no basta. El problema hoy es que muchas veces reducimos esto a un problema psicológico. Pero, ¿es síntoma de una patología o de una ontología, de la naturaleza del hombre, para el que todo es poco para la capacidad de su alma, que dice el poeta italiano Leopardi? Si no se resuelve esto, el cristianismo no tendrá nada qué hacer.
¿Y cómo lo resolvemos? Usted es un hombre de diálogo, algo que tenemos muy en cuenta ahora en la Iglesia. Pero, ¿no nos quedamos quizá en dialogar sobre todo entre nosotros?
La única posibilidad es el imprevisto. Es la única esperanza. Y esto solo ocurre si el cristianismo no son únicamente palabras que llenan folios, sino el encuentro con un acontecimiento, con una persona que, viviendo en la realidad, en el barrio, en la cocina, en la política, es distinta y otros se interesan por lo que vive.
En su movimiento, Comunión y Liberación, que presidió hasta 2021, se tiene muy en cuenta el diálogo.
Lo único que he hecho estos años es hablar con todo el mundo, a todos los niveles.
De hecho, en el libro hay entrevistas con la revista Jot Down, con El Mundo; y hay diálogos con Pedro G. Cuartango o con Pilar Rahola, entre otros.
Hay que llegar hasta estas personas a través de un diálogo serio. Me interesa si una persona como Pedro G. Cuartango encuentra un interlocutor en la Iglesia que pueda establecer un diálogo con él. Si no es así, hemos perdido la batalla. De otro modo no las desafías, no las llegas ni a la epidermis. Esto se traduce en la vida de las personas en que cuando vuelven a su trabajo después de un fin de semana de encuentro, de congreso o de retiro, se topen con un colega que les pregunte dónde han estado el fin de semana porque tienen una cara distinta. Si no es así, el cristianismo no se comunicará.
Julián Carrón
BAC
2024
240
12,79 €