Querer. Fue sin querer queriendo - Alfa y Omega

Querer. Fue sin querer queriendo

Isidro Catela
Miren denuncia a su marido por abuso sexual durante de 30 años de matrimonio
Miren denuncia a su marido por abuso sexual durante de 30 años de matrimonio. Foto: Nicolás de Assas.

Los niños de mi generación lo decíamos (medio en broma, medio en serio) para tratar de conseguir que nos perdonaran alguna trastada. Poca broma con Querer, sin duda una de las series más interesantes de la temporada; que, sin embargo, bien podría agarrarse a ese dicho no del todo inocente de quien hace algo sin querer queriendo. Aquí «querer» es «querer querer», «saber querer» y, sobre todo, «consentir». Con este último ingrediente en el menú, lo fácil hubiera sido que la ideología hubiera enterrado a las ideas y todo hubiera acabado en un alegato al uso en favor de leyes que se promueven al grito de «sola y borracha, quiero volver a casa». Pero no. La miniserie que dirige Alauda Ruiz de Azúa huye de la política estrecha y ahí reside su grandeza. Por supuesto que la directora sostiene una posición moral, por supuesto que le podemos poner la lupa de la corrección política y encontrar en el dibujo de algún personaje algo que nosotros hubiéramos contado de otra manera, pero eso no le haría justicia al conjunto más que notable.

Querer es un retrato familiar durísimo que arranca con la denuncia de Miren a su marido, por abuso sexual continuado, después de 30 años de matrimonio. Sí, es un extraño punto de partida. En él radica buena parte de la fuerza de la propuesta. No esperen maniqueísmos, simpleza ni excesivo contenido explícito. Hay en la historia una magnífica dirección y unos protagonistas en estado de gracia (Nagore Aranburu, Pedro Casablanc, Miguel Bernadeau e Iván Pellicer). Qué ahogo, qué espesura en los silencios, qué tormento, qué nudo en el estómago y, a pesar de todo, qué necesario es salirse del carril que solo lleva al postureo y a repetir consignas. Habrá cosas que les disgusten. A mí me no me gustaron algunos retazos demasiado tópicos en los retratos masculinos ni la sospecha inevitable que recae sobre «los ricos» a partir del personaje del padre; pero hay que abrirse y dejar que duela, porque con propuestas como la de Ruiz de Azúa merece la pena debatir de verdad, con toda la verdad que uno sea capaz de querer y de querer mostrar.