Para satisfacer carencias interiores
Para que tengan vida… todas las víctimas, libro coral de la editorial Khaf y coordinado por la teóloga Cristina Inogés, tiene como objetivo «seguir hablando y dando voz» a las víctimas. En él colabora la directora de este semanario, Cristina Sánchez, que escribe un capítulo sobre abusos de poder y conciencia en movimientos y grupos laicales, del que ofrecemos un extracto en exclusiva
—Mi mujer me ha abandonado. De la noche a la mañana se ha marchado de casa sin dar explicaciones.
—Es culpa tuya; sabes que siempre has sido un prepotente y Dios te ha puesto esta cruz en el camino para que te abajes y no te creas que eres el más listo, el más sabio, el más especial. Tienes que amar al enemigo y aguantar todas las humillaciones que vengan a partir de ahora.
—Esta semana no he podido hacer el apostolado que se me ha pedido; he tenido a mi hija enferma.
—No estás sirviendo a Dios como se merece. Estás priorizando a tu familia y dejándole de lado a Él.
—Nos han dicho que no podemos tener hijos. Estamos pensando en adoptar.
—Si Dios no quiere para ti hijos y no te los ha dado, no puedes contradecir su voluntad. No puedes empeñarte en hacer lo que tú quieras por tus fuerzas.
—Mi marido es violento conmigo. Me pega reiteradamente y me maltrata también de forma verbal.
—Es tu esposo a los ojos de Dios. Ofrécelo.
—Llego siempre tarde a la charla porque tengo que trabajar.
—Deja tu trabajo. Tu deber es escuchar lo que Dios tiene que decirte a través de tus superiores. El trabajo solo es un instrumento del diablo para que nos atemos a los bienes de este mundo.
—Tengo novia.
—¿Es cristiana?
—Sí, va a Misa los domingos.
—No, pregunto si es cristiana de verdad. No de las de cumplir.
Estas conversaciones son reales. Entre dirigido y director espiritual o superior dentro de diversos movimientos laicales. Los primeros se arredran la potestad de decidir sobre la vida de otros, muchas veces sin la formación adecuada o una ética a la altura del mensaje evangélico. Los segundos, colonizados emocionalmente, aceptan sin dudar las órdenes de sus superiores, convencidos de que es el Espíritu Santo el que habla a través de ellos. La mayoría de las veces sí hay una gran capacidad de discernimiento en hombres y mujeres de Dios que, a través de años de experiencia, una vida de oración y entrega y la confianza de la jerarquía eclesiástica, ayudan a otros a transitar por las luces y sombras de la vida. Pero aquí vamos a analizar cuando esto no sucede así y los abusos espirituales, de autoridad, de poder y de conciencia se expanden en movimientos laicales cuyas estructuras favorecen un contexto abusivo. Ya empieza a asomar la punta de un iceberg al que la Iglesia debe poner nombre y afrontar.
Los nuevos movimientos laicales dentro de la Iglesia fueron la primavera del nuevo milenio. Muchos de estos grupos tienen sus orígenes en el Concilio Vaticano II, aunque algunos lo precedieron. Así lo constató san Juan Pablo II, en Pentecostés de 1998, cuando los convocó en la plaza de San Pedro y los llamó «expresiones providenciales de la nueva primavera suscitada por el Espíritu con el Vaticano II». Nacieron con fuerza para dar preeminencia a los laicos en la Iglesia, aunque no todos sus miembros lo son.
La revista La Civiltá Cattolica, vinculada a los jesuitas, ya en el año 2004 dedicó un editorial a las señales de alerta sobre estos movimientos. Una de ellas era la «tendencia a absolutizar la propia experiencia cristiana, considerándola la única válida, de modo que los verdaderos cristianos sean aquellos que formen parte de este movimiento». El segundo peligro era la «tendencia a encerrarse en ellos mismos, con la negativa a colaborar con otras organizaciones eclesiásticas», y el tercero, la «tendencia a distanciarse de la Iglesia local».
El sacerdote Franco Giulio Brambilla, en un artículo publicado en 2023 en la revista italiana Il Regno 22, alerta sobre los riesgos de la deriva sectaria en los movimientos eclesiales, que se lleva poniendo sobre la mesa sutilmente desde hace décadas, como hemos visto en el editorial jesuita. El teólogo advierte de varios riesgos, siendo uno de ellos, de los más fuertes, el de que quienes están a la cabeza del movimiento sean arrastrados por la fuerza del argumento de los «buenos frutos» y se cree un aura de seducción a su alrededor, peligrosa cuando existe un ego narcisista. «A menudo, el líder se esconde detrás de una verdad supuestamente superior e inaccesible, una etapa espiritual más avanzada». Brambilla también pone el foco en la propuesta moral de cada movimiento, que «puede caer en formas idealizadoras, a veces alternativas o escatológicas, a veces combativas, con todos los matices intermedios, sin experimentar la realidad y el límite que podemos y debemos compartir con los hombres de hoy». Todo esto es caldo de cultivo para que emerjan los abusos.
Antonio Carrón de la Torre, OAR, profesor del Instituto de Antropología de la Universidad Gregoriana, en línea con Brambilla, sostiene que son factores de riesgo para que se dé un contexto abusivo «que haya un ambiente religioso que exalte excesivamente la autoridad»; una cultura «que desalienta el cuestionamiento o juicio crítico y fomenta el pensamiento único y el adoctrinamiento»; «la dependencia emocional de una persona hacia una institución religiosa o líder espiritual»; «los acompañantes, que utilizan dicho acompañamiento para satisfacer sus carencias y conflictos interiores» y «la colonización emocional, incluso con las mejores intenciones». Finalmente, están «la falta de rendición de cuentas, de transparencia y ausencia de compliance» en el proceso de acompañamiento.
Es en la dirección espiritual mal entendida donde se generan gran parte de estos abusos en los movimientos laicales. Estas prácticas de acompañamiento, ya presentes en la propia Biblia, «suponen una preciosa manera de conducir a los creyentes hacia Dios, por lo que una manipulación en este contexto supone un modo de manipulación extremo», atestigua De la Torre.
—Mi director espiritual me decía qué amistades cultivar y cuáles merecían más mi tiempo. Y, además, no lo escogí yo; lo hicieron por mí. Era un laico, como yo, sin formación específica, pero con más peso en la institución. Cuando establecí con él una relación de confianza —porque te abres en canal con esa persona— te cambian de director. Y tú no te rebelas, no cuestionas nada, porque lo importante es que Dios te habla a través de esa persona, que, por cierto, no te da consejos, sino órdenes, ya que tu camino a la santidad pasa por obedecerlas.
Cristina Inogés Sanz (coordinadora)
2024
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