«Yo, cuando llegué al Hogar Santa Bárbara, no sabía qué iba a ser de mi vida, pero cuando me abrieron las puertas del hogar di gracias a Dios por tener un techo y sustento para mi hijo y para mí. No sé cómo agradecérselo, porque me brindaron apoyo incondicional», me explica Blanca, que hizo un curso de hostelería mientras le cuidaban en el primer piso del proyecto de Cáritas Madrid a su hijo, de 2 meses, y que ahora, desde fuera, cuenta cómo tiene alquilada su propia habitación, un trabajo y una guardería en la que han admitido a su pequeño, de casi 1 año. Blanca tiene otros dos hijos. Como Danielita. Ambas son cabeza de familia. A los padres —algunos niños son, además, de distinto padre— no se los espera. Ellas son valientes, deciden, en condiciones dramáticas, dar a luz. Luchan, con trabajos difíciles —«a veces voy con mi bebé cargado junto a los otros dos niños que cuido y la espalda se me resiente, pero todo es cuestión de voluntad. Por mis hijos, cualquier cosa», dice Danielita—. Ellas, con la barriga a cuestas, que supone en ocasiones despido y no realquiler. Ellas amamantando. Ellas cuidando. Ellas educando. Pero que yo sepa, para dar vida se necesitan dos personas.