Siempre que hablo de mi comunidad del Camino Neocatecumenal, con sus luces y sombras, vislumbro un atisbo de envidia sana en muchos al describir cómo es la relación entre nosotros. Tantos años juntos, compartiendo el estudio de la Palabra de Dios y dolores y alegrías, genera un vínculo fraternal en muchas ocasiones superior a la sangre. Estos meses lo estamos viviendo muy de cerca con la muerte de la madre de una de nuestras hermanas, o con la enfermedad dura e inesperada en otro de nuestros hermanos. Por él y por sus padres hemos tenido largas noches de oración. Hemos velado sin descanso. Hemos movido Roma con Santiago para llegar a los mejores médicos. Hemos acompañado y abrazado a deshoras. Hemos hecho bizcochos para alegrar las tardes.
Me viene a la mente aquello de que lo que hace tu mano derecha no lo sepa la izquierda y aquí estoy revelando detalles de este cuidado tierno de un grupo de personas volcadas, pero lo que no se sabe, muchas veces no existe y, en esta ocasión, solo en esta ocasión, quiero hacer gala de aquello de Tertuliano: «Mirad cómo se aman»; «mirad cómo están dispuestos a morir el uno por el otro».