Cuando despertó, la Iglesia todavía estaba allí
La sociedad sabe a qué puertas llamar cuando el mal arrecia. Por eso bancos, medios de comunicación, empresas, llaman a Cáritas
La Iglesia, como el dinosaurio de Augusto Monterroso, todavía estaba allí cuando se despertó. La Iglesia todavía estaba allí cuando los vecinos de localidades de Valencia, Albacete o Cuenca despertaron de una noche de lodo, muerte e incertidumbre. Cuando supieron que la ayuda no llegaba a tiempo. Cuando entendieron que vivirían un segundo tsunami, el del dolor de la pérdida inesperada e incomprensible; el de la ayuda que, después de los titulares, dejará previsiblemente de llegar; el de los bancos apretando para pagar deudas puedan o no puedan abrir el negocio. El de dar de comer a sus hijos o tener agua potable. Cuando todo eso ocurrió, la Iglesia todavía estaba allí. Y estará. Porque el amor al prójimo no es algo temporal ni emocional. Es Palabra de Dios. Y eso lo sabemos no solo los que tenemos la inmensa suerte de conocer de cerca las tripas de la institución y de quienes la componen, sino que cuando el mal arrecia, la sociedad sabe a qué puertas llamar. Por eso los grandes bancos, medios de comunicación generalistas, empresas de todo tipo, han canalizado sus ayudas a través entidades entre las que se encuentra Cáritas. Por eso los afectados hacen cola frente a las parroquias para recibir los bienes más básicos, pero también una mano y una palabra de eternidad. Por eso, cuando se necesita arrimar el hombro, el pueblo llano de nuestro querido país no mira credo o religión, sino bondad, y coge escoba y barreño apoyándose en el hombro del que tiene al lado. Por eso la mañana del pasado martes, cuando en CNN en español hablaban de la DANA, una profesora de una universidad norteamericana aseguraba, sorprendida, no haber visto «una respuesta de la población civil como esta en ningún lugar del mundo ante una catástrofe». Y además de citar al coro que se puso a cantar para animar a los rescatadores o las donaciones de Inditex, habló de las luces sempiternas de las pequeñas parroquias de barrio y barro. Ese Cristo lleno de fango es la mejor metáfora de lo que es ser cristiano.