Francisco pide una Iglesia «que se ensucie las manos por el Señor», no una paralizada e indiferente
Ha presidido en la basílica de San Pedro la Misa de clausura del Sínodo de la sinodalidad
El Papa ha presidido este domingo la Misa de clausura de la XVI Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos, titulada Por una Iglesia sinodal: comunión, participación y misión. En una basílica de San Pedro cuajada de fieles, con el imponente baldaquino de Bernini ya en todo su esplendor tras la restauración y con la reliquia de la antigua cátedra de san Pedro, Francisco ha reflexionado sobre el tipo de Iglesia a la que apuntan las conclusiones del Sínodo.
Para su homilía, el Pontífice ha tomado como referencia la lectura evangélica de la jornada, aquella en la que el ciego Bartimeo grita a Jesús, sentado en el borde del camino. Solo Cristo se detiene a escucharlo «porque Dios escucha siempre el clamor de los pobres y ningún grito de dolor queda sin ser escuchado por Él», ha subrayado el Papa.
La imagen de Bartimeo sentado mendigando al borde del camino ha servido al Papa para explicar que la ceguera y el estar sentado son dos características que pueden aplicarse metafóricamente a las personas y a la propia Iglesia. «Para vivir de verdad no podemos permanecer sentados: vivir es siempre ponerse en movimiento, caminar, soñar, hacer proyectos, abrirse al futuro», ha insistido Francisco. Por otro lado, la ceguera de Bartimeo representa «aquella ceguera interior que nos bloquea, que nos hace quedarnos sentados, inmóviles al margen de la vida, sin esperanza».
Por eso, ha asegurado que la Iglesia no puede permanecer ciega y sentada frente «a las preguntas de las mujeres y los hombres de hoy, a los retos de nuestro tiempo, a las urgencias de la evangelización y a tantas heridas que afligen a la humanidad». «No podemos quedarnos sentados, no podemos quedarnos sentados», ha repetido.
Una Iglesia sentada, ha proseguido Francisco, se arriesga a la ceguera y a la propia amargura sin ver estas urgencias pastorales. «No permanecer sentados en nuestra ceguera, en nuestras cegueras. Recordemos esto, que el Señor pasa todos los días, pasa siempre y se detiene para ocuparse de nuestra ceguera», ha dicho el Santo Padre saltándose su discurso preparado. Ha insistido en que «no necesitamos una Iglesia paralizada e indiferente, sino una Iglesia que recoge el grito del mundo y se ensucia las manos para servir al Señor».
Bartimeo, al ser escuchado por Jesús, se levanta y lo sigue. El Santo Padre ha recordado que, cuando la Iglesia no encuentre la parresía y valor para escuchar el grito de los hombres y mujeres de nuestro tiempo, debe siempre volver al Señor y a su Evangelio.
«No una Iglesia sentada, sino una Iglesia en pie. No una Iglesia muda, sino una Iglesia que recoge el grito de la humanidad. No una Iglesia ciega, sino una Iglesia iluminada por Cristo, que lleva la luz del Evangelio a los demás. No una Iglesia estática, sino una Iglesia misionera, que camina con el Señor por las vías del mundo», ha resumido Francisco.