La pasión del poder  - Alfa y Omega

La pasión del poder 

Domingo de la 29ª semana de tiempo ordinario / Marcos 10, 35-45

Lidia Troya
'Jesús se encuentra con la mujer y los hijos de Zebedeo'. Paul Veronese. Museo de Bellas Artes de Grenoble, Francia.
Jesús se encuentra con la mujer y los hijos de Zebedeo. Paul Veronese. Museo de Bellas Artes de Grenoble, Francia.

Evangelio: Marcos 10, 35-45

En aquel tiempo, se acercaron a Jesús los hijos de Zebedeo, Santiago y Juan, y le dijeron: «Maestro, queremos que hagas lo que te vamos a pedir». Les preguntó: «¿Qué queréis que haga por vosotros?». Contestaron: «Concédenos sentarnos en tu gloria uno a tu derecha y otro a tu izquierda». Jesús replicó: «No sabéis lo que pedís, ¿podéis beber el cáliz que yo he de beber, o bautizaros con el bautismo con que yo me voy a bautizar?». Contestaron: «Podemos». Jesús les dijo: «El cáliz que yo voy a beber lo beberéis, y seréis bautizados con el bautismo con que yo me voy a bautizar, pero el sentarse a mi derecha o a mi izquierda no me toca a mí concederlo, sino que es para quienes está reservado». Los otros diez, al oír aquello, se indignaron contra Santiago y Juan. Jesús, llamándolos, les dijo: «Sabéis que los que son reconocidos como jefes de los pueblos los tiranizan, y que los grandes los oprimen. No será así entre vosotros: el que quiera ser grande entre vosotros, que sea vuestro servidor; y el que quiera ser primero, sea esclavo de todos. Porque el Hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y dar su vida en rescate por muchos».

Comentario

Hay pasiones que nos alejan de nuestro verdadero ser, de aquello a lo que estamos llamados y del misterio de Dios. Así nos lo revelan Santiago y Juan en su afán por hacerse con los puestos privilegiados y de ser los primeros. Jesús anuncia de nuevo el destino doloroso que le espera, pero ellos, con su petición ambiciosa para hacer carrera, no comprenden. ¿Qué tiene el poder para que seduzca tanto? ¿Qué manifiesta esta necesidad exacerbada de sobresalir y de formar parte de los privilegiados?

El poder existe en todos los ámbitos de la vida, también en la Iglesia, y se puede ejercer de muchas maneras. No hay nadie fuera de su alcance. Todos tenemos la capacidad para influir en otros, y en sí mismo eso no es negativo. Sin embargo, puede dejar de ser una instancia valiosa que sostiene, genera y autoriza, cuando se convierte en autorreferencial y busca las aspiraciones particulares, como les ocurre a los hijos de Zebedeo. Y nosotros, ¿cómo nos situamos ante los demás? ¿Somos conscientes de la manera en la que ejercemos el propio poder?

La condición humana es una condición herida por el afán de autoafirmación. Jesús advierte de que el poder enajena y tiraniza, mientras otros señalan que la necesidad de imponerse busca compensar la falta de amor propio y el vacío. Este texto evangélico, que viene inmediatamente después del tercer anuncio de la Pasión, es la última etapa del camino hacia Jerusalén y podemos entender el camino como el viaje de la vida. Somos caminantes, somos caminando. Andar es un movimiento también interior, de exploración de los adentros. El camino con el Maestro y con otros es el lugar para esclarecer todo lo que tintinea en nuestro interior y poder orientarlo, depurarlo. Es lo que hace Jesús con sus seguidores, introduciéndoles en una lógica liberadora: «El que quiera ser grande entre vosotros, que sea vuestro servidor; y el que quiera ser primero, sea esclavo de todos».

El itinerario del discípulo pasa por transitar del espíritu de egoísmo y vanidad al espíritu de servicio. Servir, abajarse, tocar tierra, permite encontrarnos mientras que la voluntad de poder y de dominio nos pierde. Entrar en la entraña del servicio significa resituarse en la comunidad no desde la superioridad sino desde la lógica del cuidado, la reciprocidad y la entrega amorosa desposeída, que es cauce y canal de vida. La autodonación no es para mortificarse ni destruirse, sino para sembrar la propia vida y hacerla crecer, porque se cosecha lo que se siembra.

El servicio así entendido nos coloca en la verdad de lo que somos y de la realidad. En un mundo presidido por el afán de fama, la negación del otro y el dominio, el Evangelio siempre es buena noticia y tarea. También en la estructura de la Iglesia hay dinámicas de poder enquistadas y autoritarias que generan abusos, desdicha y enfermedad, en lugar de salud y vida. Conviene mirarlas para poder erradicarlas. El poder ejercido sin este espíritu de servicio colisiona con el mandato de Jesús: «El Hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir». Adentrarse por el sendero que llevó al Hijo de Dios a la pasión y crucifixión exige verdad, amor y compromiso. ¿Estamos dispuestos?