Madeleine Delbrêl, un corazón en salida
Un 13 de octubre falleció esta escritora francesa, mística y asistente social durante más de 30 años en el ambiente secularizado de la periferia de París, que ella veía como «una escuela de fe aplicada»
En 2023 el Papa Francisco, en una catequesis sobre la pasión por la evangelización, dedicó una de sus audiencias a Madeleine Delbrêl, asistente social, escritora y mística que falleció el 13 de octubre de 1964 y que se encuentra en proceso de beatificación. Esta mujer es un ejemplo de la Iglesia en salida a la que se refiere habitualmente el Pontífice. Trabajó durante más de 30 años en un ambiente secularizado en la periferia parisina, en el municipio de Ivry-sur-Seine, gobernado por los comunistas, donde ejerció como asistente social.
Sin embargo, su juventud no estuvo marcada por la fe. La idea de la existencia de Dios en el siglo XX le parecía absurda e incompatible con una razón sana. Tal era la conclusión de una joven apasionada por las letras y que asistía a cursos de filosofía en La Sorbona. Su formación racionalista le empujaba a creer en el intelecto, pero el mundo y su historia, en los años inmediatos a la Primera Guerra Mundial, resultaban, según escribió, «la más siniestra farsa que hubiera podido imaginarse». Pese a todo, en aquella época Madeleine tuvo una ilusión amorosa: la de Jean Maydieu. Su círculo de amigos los veía unidos en matrimonio en breve tiempo, pero un día Jean tomó la decisión de entrar en la orden dominica, aunque falleció repentinamente. Estos sucesos llevarían a Madeleine a una búsqueda espiritual más profunda. Comenzó a leer a san Juan de la Cruz, a santa Teresa y a meditar el Evangelio. Más tarde, explicó que sintió la certeza de la presencia de Dios, de un amor absoluto que le daba sentido a todo, incluso al sufrimiento y a la muerte.
A partir de entonces, Madeleine se entregó a una vida de oración y servicio, dirigida sobre todo a los más pobres y necesitados. La consecuencia de la alegría de su fe la llevó a un modo de existencia en la que compartía en fraternidad la vida de la gente de la calle. Un modo de vida activo, que no se queda en lo teórico y que responde a un mandato imperativo de Cristo a sus discípulos. Lo expresa en uno de sus poemas: «Para coincidir con tu sentido hemos de ir, / aunque nuestra pereza nos suplique que nos quedemos. / Nos has elegido para estar en un extraño equilibrio, / un equilibrio que solo puede establecerse y mantenerse / en movimiento, / en el impulso. / Es algo similar a una bicicleta, / que no se tiene en pie sin avanzar». El equilibrio de la fe, por tanto, contiene una paradoja: la de ser un desequilibrio como el de la bicicleta. Si uno se para, no se sujeta. De ahí que el corazón de Madeleine estuviera continuamente en salida, según dice el Papa Francisco. Podría decirse que pedaleaba con «un impulso de caridad».
Por lo demás, la vida de Madeleine Delbrêl es una invitación, en palabras del Pontífice, a «habitar nuestro tiempo, a compartir la vida de los otros, mezclarnos en las alegrías y los dolores del mundo». Para algunos, ser asistente social católico en un municipio comunista, como el de Yvry produciría toda clase de miedos y recelos. Sin embargo, Madeleine veía esta circunstancia como una ayuda para la conversión, como «una escuela de fe aplicada», y puso así un significativo título a una conferencia, pronunciada un mes antes de su muerte: «Ambiente ateo, circunstancia favorable a nuestra propia conversación». En su disertación habló de la existencia de un «cristianismo de cuartel», un cristianismo atrincherado, en el que la fe era hereditaria y propia de «gentes honradas», mientras que los no creyentes pasaban por ser pecadores de mala voluntad. Esta religión supuestamente «consolidada» olvida que la fe es un don de Dios, a la que se debe responder «libremente y siempre con un corazón de hombre libre». La conversión es, por tanto, una labor de toda la vida, pero toda conversión, como asegura Madeleine, es «un acontecimiento violento», en la que uno mismo se hace violencia para alcanzar el Reino de los cielos (Mt 11, 2).
En su labor de asistente social, Madeleine iba más allá de los procedimientos establecidos. En 1946, en la penuria de la posguerra, tuvo que llevar un paquete con ropa a una familia necesitada, pero nadie había comprobado que la ropa estaba sucia. La reacción de la madre de familia, tras abrir el paquete, fue arrojarlo al suelo. Pese a todo, Madeleine reaccionó con gran entereza. 20 minutos después, estaba de vuelta en la casa con un ramo de rosas y, desde entonces, las dos mujeres fueron amigas. Esto demuestra que la caridad debe ir acompañada de la bondad. Ella lo experimentó en una ciudad extranjera. Tras vagar por las calles en espera de un tren, entró en una taberna y solo podía pagar una ensalada. Sin embargo, una mujer desconocida le ofreció un café; una mujer, según Madeleine, habitada por la bondad.