La trucha que mezcló el románico con el gótico
La singularidad arquitectónica de la iglesia de Santa María la Nueva, situada en Zamora y que cuenta con hasta cuatro estilos diferentes, se fraguó tras una pelea
Una trucha es la culpable de la singularidad arquitectónica de la iglesia de Santa María la Nueva, una de las más antiguas representantes del románico de Zamora. «Data de finales del siglo XI, pero en sus muros podemos observar hasta cuatro estilos constructivos diferentes», explica Sofía Scandella, responsable del templo dentro del proyecto Zamorarte. Corría el año 1158 cuando en el mercado local se pelearon por una trucha el sirviente de un noble con el hijo de un zapatero, de nombre Benito Pellitero. «Por aquella época tenían privilegio de compra los sirvientes de los nobles sobre la gente del pueblo», pero el hijo del zapatero no estaba de acuerdo y se produjo una pelea. Pellitero hijo, así como todos los que le ayudaron en la trifulca, fueron encarcelados. Los nobles, mientras tanto, se encontraban reunidos en el templo —«que también albergaba funciones civiles. Era donde se juntaba el estado noble de la ciudad»— decidiendo la pena a imponer a los plebeyos. Pero antes de que pudieran emitir su sentencia, el zapatero amotinó al pueblo y prendieron fuego a la iglesia, que se desplomó parcialmente sobre los nobles. «Los asesinos se tuvieron que exiliar a Portugal y, desde allí, pedir indulgencia al rey Felipe II». El monarca «les concedió el perdón a cambio de que reconstruyeran la iglesia», subraya Scandella.
De esta forma, se pueden atisbar cuatro fases constructivas. Lo más antiguo es el ábside, que se salvó del incendio y que, por tanto, data del siglo XI. «Es un románico muy temprano», señala la experta. Más tarde, al empezar la larga reconstrucción, llegó la ampliación de la torre —donde se colocó la pila bautismal original— y «nos metemos ya en un románico pleno». Luego, «en época gótica, se eliminaron las tres calles de la iglesia, para hacerla más diáfana, y se construyó una única nave central». Por último, durante el Barroco, incorporaron al templo «una bóveda de lunetos barrocos, de escayola blanca», y, finalmente, los retablos, que «son del siglo XVIII».
Azufre y hierro
Lo primero que llama la atención del visitante, antes incluso de entrar en el templo, es el ábside por su parte exterior. Está construido con piedra zamorana, que, a diferencia de la salmantina, tiene pigmentos de «azufre y hierro». Estos elementos le confieren un «veteado ocre y rojizo muy característico». De hecho, «es la policromía de la propia piedra la que le da movilidad al muro», junto con «una arquería ciega, que recuerda al estilo prerrománico y que se apoya en unos fustes muy estilizados».
En su parte interior, el ábside alberga el altar mayor, desnudo, lo que invita a fijar la mirada en el Cristo yacente. «La devoción a la imagen solo creció cuando se fundó la Hermandad Penitencial de Jesús Yacente en 1941», reconoce Sofia Scandella. Antes de esta fecha, la talla se encontraba guardada en un convento. Cuando la descubrieron, pensaron —por su calidad— que era de Gregorio Fernández, el padre de la escuela castellana del Barroco. «Más tarde, descubrieron el documento de compra y resultó que la imagen es de Francisco Fermín, un discípulo de Fernández, aunque similar a las de su maestro en estilo y calidad».
Otra de las piezas que destacan de Santa María la Nueva es la pila bautismal, labrada en una sola pieza durante el siglo XI. «Lo normal, entonces, es que fueran pilas de dos piezas decoradas con motivos vegetales o geométricos. Esta, sin embargo, es la única de esta zona del antiguo reino de León que tiene elementos figurativos». Además es de bautismo por inmersión. «En los nichos de los arcos, de hecho, se puede ver la representación de un bautismo o a san Pedro y san Pablo» entre otros motivos, concluye la responsable.
Santa María la Nueva es una de las cinco iglesias románicas que forman parte de Zamorarte, una fundación civil del Obispado de Zamora, la diputación y la Caja Rural, que «ha nacido con el objetivo de salvaguardar el patrimonio, difundirlo y gestionarlo para encontrar un modelo de sostenibilidad», explica Juan Carlos López, su director. La idea es «trabajar para que todo lo que tenemos se mantenga y siga sirviendo como espacio para la oración y el disfrute cultural». De esta forma, «queremos introducir un nuevo paradigma: pasar de lo cultual a lo cultural, sin que lo cultural anule lo cultual».