«No me costó cambiar el Hare Krishna por el Opus Dei»
Krisna Ramírez vivió una vida de desenfreno y drogas hasta que rezó un padrenuestro. «Dios siempre está pendiente de ti», dice
Tuvo una infancia peculiar.
Nací el seno de una comunidad Hare Krishna. A mis padres les encantaba esa espiritualidad. Tenían muchos negocios en la India y les iba bastante bien. La cosa se empezó a torcer cuando mi padre falleció, dejando algunas deudas. Yo tenía 5 años. Mi madre se quedó sola con tres niños pequeños.
¿Cómo influyó todo esto en su adolescencia?
Hay ciertas vivencias que indudablemente me afectaron, pero hay que decir que siempre tuve tendencia a llamar la atención, a liarla. Me decantaba por lo prohibido y me he juntado con malas compañías. En 6º de Primaria, por ejemplo, ya probé los porros. También bebía mucho. Bañaba los fines de semana en cerveza. Recuerdo un día que intentamos incendiar un coche.
¿Y cómo pasa de ahí a asistir a un club juvenil del Opus Dei e incluso a estudiar en Andel, una escuela de la obra corporativa?
En el club acabé después de que mi padre muriera. Mi madre se apoyó entonces mucho en mi abuela y, juntas, fueron a la parroquia. Mi madre empezó a ir a Misa y decidió bautizarnos. Teníamos 9 años y en la misma celebración también hicimos la Primera Comunión. En esa parroquia conocí a un chico que iba al club Argüelles y me invitó a participar. Fui dos años. Lo de Andel fue diferente. Mi madre, como yo las armaba muy gordas, pensó que tenía que meterme en algún lado donde me centraran, así que me matriculó en un «colegio de curas», como decía ella.
¿Le chocó el cambio del Hare Krishna al Opus Dei?
No, el cambio de uno a otro no me costó. En el Hare Krishna hay gente muy buena. Son gente sana y hablan mucho de Jesús. Yo, por así decirlo, estaba acostumbrado a esa cierta trascendencia. De hecho, en mi etapa en Andel iba a veces a Misa entre diario. Es verdad que al principio pensé que eran todos unos pijos que no me iban a enseñar nada a mí, pero lo cierto es que ahora me doy cuenta de todo lo que me han ayudado. Los profesores se preocuparon por mí y siempre tenía al sacerdote disponible para cuando le necesitara. Eso es algo clave que, en realidad, me ha salvado la vida.
¿Cuándo dijo basta?
A pesar del gran avance en el colegio Andel, seguía saliendo de fiesta y consumiendo, así que me matricularon en otro colegio, en uno público, y noté mucho el cambio. Fue el peor año de mi vida. Cada vez fumaba más porros y bebía más alcohol. Me volvieron a cambiar de colegio después de repetir curso y la cosa fue a peor. Entonces, hubo una noche que ya no podía más, estaba muy triste, y decidí rezar un padrenuestro. Era mi forma de decirle al Señor: «Te necesito». Había probado de todo: drogas, alcohol, chicas, pero nada de eso me llenaba. En realidad, parecía que no había cambiado nada, pero lo viví como un punto de inflexión.
¿Qué pasó tras aquel padrenuestro?
Dejé de consumir drogas. Me mudé a Bilbao y empecé a trabajar, por lo que ya no podía salir tanto de fiesta. Poco a poco fui retomando las prácticas de piedad: Misa, lectura del Evangelio, la confesión. Me influyó también mucho el libro Imitación de Cristo, de Tomás de Kempis, que me encontré por casualidad en la casa a la que nos mudamos. Me impactó tanto que, fácilmente, me podía pasar dos horas rezando de rodillas. Retomé el contacto con el Opus Dei. Empecé a tener dirección espiritual con una persona a la que le conté toda mi vida y su respuesta fue: «Tú puedes ser santo». Me impresionó. El cambio ya fue imparable; hasta el punto de que me hablaron de la vocación y me lancé a la piscina. Lógicamente, pasó un tiempo y me lo pensé. Lo que más me costó fue asumir la idea del celibato, pero me di cuenta de que tenía ante mí algo mucho más grande: el Señor me estaba llamando y pedí la admisión como miembro agregado del Opus Dei.
Cuando mira atrás, ¿qué ve?
Que Dios llama a todos, estés como estés, y que siempre te da una oportunidad, pero te deja absoluta libertad. La clave es darse cuente de que Él te quiere, está pendiente de ti y te da una misión.