Somos más que un diagnóstico
Con Dios, que actúa a través de nuestras manos, la tremenda experiencia de enfermar puede ser transformada en tiempo de cuidar
A ninguno nos gusta estar enfermo y, menos aún, encontrarnos ingresados en un hospital cualquiera, pero la realidad es que, antes o después, todos vamos a pasar por ahí. De forma más o menos inesperada la enfermedad, el dolor, las diversas patologías se hacen presentes en nuestra existencia… es tiempo de enfermar y tiempo de dejarse cuidar.
Los profesionales que trabajan en los hospitales tienen la vocación de cuidar, de mitigar el dolor, de diagnosticar y tratar, de curar cuando es posible y siempre de cuidar. Al paciente hospitalizado se le trata su patología física, se le acompaña para que entienda lo que le está sucediendo, se le ofrece la presencia de sus seres queridos y, cuando es oportuno, se aborda la dimensión psicoemocional. Ahora bien, el cuidado integral al enfermo ha de incluir todas las dimensiones de la persona, física, mental, social, emocional y, por supuesto, la dimensión espiritual.
En este rincón que inauguramos hoy queremos acoger la historia, el testimonio de esos profesionales que trabajan en el hospital para acompañar la dimensión espiritual: los capellanes de hospital, los agentes espirituales que trabajan en los Servicios de Atención Espiritual y Religiosa de todos los hospitales.
Ser capellán de hospital es un regalo, es una vocación dentro de la vocación de servicio a la comunidad, cuidando especialmente a los que sufren a consecuencia de la enfermedad y a quienes los cuidan (sus familias y los demás profesionales). Es, como digo, un regalo para el capellán y un recordatorio para todos de que somos algo más que un diagnóstico, una cama y un tratamiento… El enfermo es una persona que sufre, que, en palabras de Cicely Saunders, padece un «dolor total», que afecta a todo su ser.
Las preguntas por el sentido de la enfermedad, por el sentido de la vida, por el sentido de la muerte, la necesidad de reconciliación, de perdonar y ser perdonado, el imperativo personal de releer la propia biografía, las relaciones, la escala de valores y, cómo no, la presencia de lo trascendente, de la relación con Dios y del proyecto de Reino, surgen de manera natural en el contexto de la crisis, por lo tanto, también en el hospital.
La presencia del capellán, disponible en todos los hospitales y en la mayoría de ellos con presencia física o localizada las 24 horas del día los 365 días del año, nos recuerda que la estancia en el hospital es verdaderamente tiempo de cuidar.
A través de las denominadas competencias blandas, de relación, gracias a uno de los mejores inventos de la historia que es la escucha compasiva, con paciencia revolucionaria, sabiendo respetar el ritmo y el contexto del sufriente, acogemos el sufrimiento del paciente que es presencia viva, para los creyentes, del Señor, que se ha querido quedar especialmente en los enfermos y en los pobres.
Los capellanes y agentes espirituales hemos de ser expertos en acogida, en escucha y en poner semilla de esperanza en el corazón de quien lo está pasando mal, con la certeza de que es Dios quien actúa a través de nuestras manos, de nuestros oídos, de nuestra palabra, porque es Él quien es cuidado en el enfermo y quien cuida a través nuestro. Y es que, con Él, la tremenda experiencia de enfermar puede ser transformada en tiempo de cuidar.