Servidores invisibles de los que nos rodean - Alfa y Omega

Servidores invisibles de los que nos rodean

Domingo de la 25ª semana de tiempo ordinario / Marcos 9, 30-37

Sara de la Torre
'Cristo pone a un niño entre sus discípulos para darles ejemplo de verdadera sencillez' de Christian Leberecht Vogel. The Albertina Museum. Viena (Austria).
Cristo pone a un niño entre sus discípulos para darles ejemplo de verdadera sencillez de Christian Leberecht Vogel. The Albertina Museum. Viena (Austria). Foto: www.europeana.eu.

Evangelio: Marcos 9, 30-37

En aquel tiempo, Jesús y sus discípulos atravesaron Galilea; no quería que nadie se enterase, porque iba instruyendo a sus discípulos. Les decía: «El Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres, y lo matarán; y, después de muerto, a los tres días resucitará». Pero no entendían lo que decía, y les daba miedo preguntarle. Llegaron a Cafarnaún, y, una vez en casa, les preguntó: «¿De qué discutíais por el camino?». Ellos callaban, pues por el camino habían discutido quién era el más importante. Jesús se sentó, llamó a los Doce y les dijo: «Quien quiera ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos». Y tomando un niño, lo puso en medio de ellos, lo abrazó y les dijo: «El que acoge a un niño como este en mi nombre, me acoge a mí; y el que me acoge a mí, no me acoge a mí, sino al que me ha enviado».

Comentario

El Evangelio según san Marcos nos ofrece una enseñanza profundamente transformadora sobre el verdadero significado de la grandeza y el liderazgo desde la perspectiva de Jesús. Ante la discusión de los discípulos sobre quién de ellos era el más importante, Él aprovecha la ocasión para redefinir los valores que deben guiar nuestras vidas y relaciones. A través de sus palabras y gestos, nos invita a una reflexión que puede iluminar nuestro día a día, mostrando un camino de humildad, servicio y acogida.

En primer lugar, Jesús nos confronta con la paradoja del Reino de Dios: «Quien quiera ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos». En una sociedad que valora la competencia, el éxito personal y el reconocimiento, este mensaje resulta contracultural y desafiante. Jesús nos propone una inversión de los valores humanos: ser grande no significa sobresalir o ser admirado, sino ser capaz de ponerse al servicio de los demás, especialmente de los más pequeños y vulnerables. Quizá sea esta llamada al servicio la que nos insta a revisar nuestras prioridades y nuestras actitudes diarias. ¿Estamos buscando ser reconocidos y admirados o estamos dispuestos a ser servidores, a veces invisibles, de los que nos rodean?

Para asumir esta enseñanza, podemos comenzar con acciones concretas que nos ayuden a cultivar la humildad y el servicio. Primero, podemos practicar el silencio interior y la escucha activa. Así como los discípulos guardaron silencio porque cavilaban sobre su propia importancia, también nosotros necesitamos aprender a callar nuestras propias ambiciones y escuchar verdaderamente a los demás. En nuestras relaciones, ya sean en el trabajo, en la familia o en la comunidad, podemos prestar más atención a las necesidades de los otros, mostrando un interés genuino en sus vidas, preocupaciones y alegrías. Este acto de escucha es un primer paso para servir de manera auténtica.

Segundo, podemos buscar oportunidades diarias para servir sin esperar nada a cambio. Pequeños gestos, como una sonrisa en un día complicado, también son maneras de vivir este servicio. En este sentido, Jesús nos invita a mirar a nuestro alrededor con ojos nuevos, buscando cómo podemos ser útiles, cómo podemos aliviar el dolor ajeno o simplemente ser una presencia de consuelo y apoyo.

El gesto de Jesús de colocar a un niño en medio de sus discípulos y abrazarlo es un gesto a la acogida de los más débiles, a aquellos que no tienen poder ni influencia. Acoger a un niño es aceptar a los que son frágiles, los que no pueden devolvernos nada, los que necesitan protección y amor incondicional. En la vida cotidiana, esto puede traducirse en acciones como ofrecer tiempo y cuidado a quienes lo necesitan, defender a los que son marginados o ignorados y trabajar por la justicia y la dignidad de todas las personas.

Finalmente, para vivir plenamente esta enseñanza, es crucial desarrollar una espiritualidad de confianza y entrega. Así como los discípulos no entendieron las palabras de Jesús sobre su Pasión y Resurrección y les dio miedo preguntar, a menudo nosotros también tenemos miedo de lo que no entendemos o no controlamos. Aceptar la llamada a ser servidores implica confiar en que, a pesar de las dificultades y los desafíos, Dios está presente y actúa en nuestras vidas.

En conclusión, este pasaje nos invita a una conversión del corazón y de nuestras acciones diarias. Nos llama a dejar de lado nuestras propias ambiciones para servir con humildad y amor, reconociendo que en la acogida del más pequeño, en el servicio desinteresado y en la entrega confiada, encontramos el rostro mismo de Dios. Vivir esta enseñanza nos hará más humanos, más compasivos y, en última instancia, más libres.