El conjunto mariológico del mexicano Miguel Cabrera invade Madrid
Doce monumentales lienzos con episodios relacionados con la Virgen María inundan el madrileño Museo de América hasta el próximo mes de octubre
Hasta el próximo mes de octubre podemos disfrutar en el Museo de América de Madrid de la exposición Miguel Cabrera: las reglas del arte de un pintor novohispano, cuyo objetivo principal gira en torno a la importante serie mariológica realizada en 1751 por el insigne creador mexicano (San Miguel Tlalixtac, Oaxaca, 1695-Ciudad de México, 1768), conjunto pictórico atesorado y reunido paulatinamente a lo largo del tiempo por la institución que organiza esta exposición, la cual nos invita a reflexionar respecto a los paradigmas devocionales, artísticos y patrimoniales del arte novohispano del siglo XVIII.
Como decíamos, el nudo gordiano de la presente exposición son esos doce monumentales lienzos que acaban de ser restaurados, sirviendo la presente muestra para dar a conocer el resultado final de tal proceso, así como también documenta y constata en qué ha consistido tan ardua tarea, desempeñada durante prácticamente cuatro años en los talleres de la precitada institución. No debemos olvidar que dicho trabajo se contextualiza en el programa Conserving Canvas-Getty Grant Initiative de la Fundación Getty, contando asimismo con el apoyo de la Asociación de Amigos del Museo de América, lo cual ha permitido el encuentro entre prestigiosos especialistas internacionales, aportándose así renovadas visiones respecto a la conservación de la pintura virreinal en la Nueva España.
Esta exposición, comisariada por Rocío Bruquetas Galán, María del Mar Sanz García y Ana Zabía de la Mata, se divide en cuatro bloques. El primero de ellos, conformado por diferentes pinturas procedentes del propio museo y por una selección bibliográfica y documental prestada por la Biblioteca Nacional, se conforma cual introducción a la trayectoria y a la obra del autor de este importante conjunto mariológico. El segundo capítulo acoge la serie pictórica que realmente, como decíamos, protagoniza nuestro recorrido. La tercera y la cuarta sección, por su parte, sirven para documentar y testimoniar de manera didáctica el proceso técnico de la exitosa restauración e investigaciones efectuadas en torno a estos lienzos.
Centrándonos en el segundo bloque, es decir, el que reúne las monumentales pinturas consagradas a la vida de María, este espacio se ha concebido como un claustro, con el fin de recrear el ámbito para el que pudo ser encargado, en principio, tan notable conjunto pictórico. Buena parte de los pasajes plasmados en estos óleos se inspiran en diferentes capítulos evangélicos donde la figura de la Virgen se revela, directa o indirectamente, como corredentora, amén de resaltar sus virtudes cual modelo a seguir. Encontramos pues episodios iconográficos tan conocidos como la anunciación, la visitación, la epifanía o la adoración de los pastores. Junto a ellos, también descubrimos otros lienzos basados en relatos apócrifos que gozaron —y gozan— de una alta estima y piedad popular; véanse los desposorios o la dormición, sin que falten, por supuesto, aquellas imágenes consagradas a la glorificación de María: la Inmaculada Concepción, la Asunción y la coronación.
Si bien es verdad que no conocemos con exactitud la ubicación original de esta producción de Cabrera, su análisis formal y, especialmente, iconográfico, nos lleva a pensar que debieron concebirse para un contexto devocional y culto, dada su evidente finalidad catequética. De hecho, las imágenes pictóricas se completan con diferentes frases en latín, que ponen palabra a estas «mudas poesías» —Horacio dixit—. En algunos lienzos también hallamos ciertos versículos veterotestamentarios (generalmente tomados de los Salmos) que prefiguran las escenas que Cabrera pone ante nosotros.
Si por algo se singulariza el arte del pintor mexicano en general, y que percibimos en estos cuadros en particular, es la dulzura de sus rostros, la elegancia de sus poses y, por supuesto, unas composiciones plenas de ese dinamismo y teatralidad propios del barroco final. No es por ello extraño que en estos lienzos, junto al señalado movimiento, junto a sus escenografías, vislumbremos una sofisticada contención que parece anunciar lo que llegaría de la mano del neoclasicismo. No en vano, como tantas veces se ha dicho, Miguel Cabrera, quizá el pintor más destacado de México en el siglo XVIII, bien puede representar ese paso desde la tradición de los talleres gremiales a la formación reglada propia de las academias de Bellas Artes nacidas al albur de la Ilustración.
En definitiva, esta exposición, sin duda, nos acerca a la importante labor del Museo de América, tanto por su rico patrimonio como por su trabajo en pro de la investigación, conservación y difusión de sus sobresalientes colecciones, donde destaca la relevancia del arte sacro en el contexto de la pintura virreinal.