Jesús se acerca a todos en Taizé - Alfa y Omega

Este verano he tenido la suerte de conocer un lugar donde redescubrir lo esencial del Evangelio: Jesús se acerca a todos, y en Taizé este todos es realmente visible. Había oído hablar de Taizé, conocía algunos cantos y también había oído hablar del ecumenismo y de cómo se intenta vivir en la Iglesia. Pero no había estado antes en Taizé. Llegué allí sin muchas expectativas, pero abierta a lo que Dios me quisiera regalar. Esto fue lo primero que dije en el grupo en el que participé. Los primeros días fueron algo raros, no entendía muy bien la dinámica de compartir con gente desconocida, aunque la introducción bíblica de cada mañana me parecía muy buena. Recuerdo que algo dentro de mí cambió a partir del tercer día. Caminar por Taizé ya no me resultaba raro, estaba deseando ir a cada oración del día y encontrarme con mi grupo, extraños con los que habíamos compartido nuestras luces y sombras en menos de una semana.

Según pasaban los días iba conociendo gente de otros países que me abrieron los ojos a realidades muy diferentes que todavía no vivimos en España. Realidades también duras de personas concretas que no se han sentido acogidas en esta nuestra Iglesia. Aquí fue donde me acordé de ese mensaje del Papa Francisco en Lisboa: «En la Iglesia caben todos, todos, todos». Este todos ha resonado especialmente fuerte estos días en Taizé. Sin distinción. Todos entrábamos a rezar juntos en la iglesia, delante del Santísimo. Muchos no lo reconocen todavía o no lo han conocido, pero todos estábamos ahí, en silencio. No logro comprender todavía cómo gente que no cree en Dios, o gente herida por el pecado de la Iglesia ­—y que por eso se ha alejado— estuviera ahí rezando, cantando salmos. Es el misterio que se vive en Taizé.

El último día nos hicieron la siguiente pregunta: «¿Cómo puedo seguir a Jesús en mi día a día?». Os comparto tres aspectos que aprendí. El primero, a buscar silencio: cuando uno hace silencio deja espacio a Dios y a otros. Estos días en Taizé he experimentado que los ratos de silencio en la oración me permitían después escuchar de una manera más gratuita a los demás. Escuchar sin dar mi punto de vista o escuchar sin la necesidad de defenderme por opiniones contrarias a la mía. Escuchar las heridas de otros, que son también las mías. Escuchando uno descubre que tiene más en común con otros de lo que piensa. El segundo, redescubrir el Evangelio, la Palabra de Dios como una historia de la que formamos parte, que se hace realidad hoy cuando se lee como escrita para uno mismo. A veces queremos leer el último libro de espiritualidad, pero nos olvidamos de que lo esencial ya está escrito allí. Y lo tercero, ir a lo sencillo, «que todos sean uno». Esta frase esconde mucho y es un imposible a nivel humano; pero no con la mirada del Espíritu. Gente tan diferente, de diversas culturas, distintas iglesias, bajo un mismo techo rezando. Esto no cabe en una mente rígida, ya que «el viento sopla donde quiere y oyes su ruido, pero no sabes de dónde viene ni a dónde va». Volver a nacer de nuevo, una y otra vez, volver a la fuente que es el mismo Jesús, lo esencial de la vida que son las relaciones personales, cultivar la paz allí donde uno esté. En definitiva, volver a confiar en su infinita misericordia con nosotros, con la división y el mal que existen en nuestro mundo actual. Este no tiene la última palabra y Taizé es una especie de vivencia —todavía imperfecta— de lo que será la Vida Nueva que nos espera a todos.

Belén, de la parroquia de Buen Suceso, peregrinó a Taizé con la Delegación de Jóvenes de la archidiócesis de Madrid del 20 al 31 de julio.