Luz verde de Roma al santuario extremeño de Chandavila - Alfa y Omega

Luz verde de Roma al santuario extremeño de Chandavila

A través de una carta de su prefecto, Doctrina de la Fe da el nihil obstat porque «no hay nada que se pueda objetar a esta hermosa devoción»

Ángeles Conde Mir

Este jueves, el prefecto del Dicasterio para la Doctrina de la Fe mantuvo un encuentro con el Papa Francisco. A continuación, el cardenal Víctor Manuel Fernández envió una carta al arzobispo de Mérida-Badajoz, José Rodríguez Carballo, para informarle de que nada impide la experiencia espiritual en Nuestra Señora de los Dolores en Chandavila. El santuario está en La Codosera, Badajoz.

La carta se titula «Una luz en España» y es la respuesta a otra misiva del 28 de julio dirigida por Rodríguez Carballo al Dicasterio a propósito del santuario.

El prefecto de Doctrina señala que «no hay nada que se pueda objetar a esta hermosa devoción que presenta la misma sencillez que podemos ver en María de Nazaret, nuestra Santísima Madre». Por tanto, la decisión es nihil obstat, es decir, si bien no se expresa ninguna certeza en cuanto a la autenticidad sobrenatural del fenómeno, se pueden reconocer muchos signos de una acción del Espíritu Santo en medio de esta experiencia espiritual. Doctrina de la Fe no detecta, al menos hasta el momento, aspectos especialmente problemáticos o arriesgados.

Significa que Rodríguez Carballo puede animar «a la difusión de esta propuesta espiritual», tal y como recogen las Normas para proceder en el discernimiento de presuntos fenómenos sobrenaturales presentadas en mayo por Doctrina de la Fe. Por tanto, anima al arzobispo a declarar el nihil obstat para que el santuario «heredero de una rica historia de simplicidad, de pocas palabras y mucha devoción, siga ofreciendo a los fieles que quieran acercarse, un ámbito de paz interior, consuelo y conversión».

El Dicaterio asegura de Chandavila que «son muchos los aspectos positivos que indican una acción del Espíritu Santo en tantos peregrinos que se acercan, tanto de España como de Portugal, en las conversiones, curaciones y otros signos preciosos en este lugar».

La experiencia de Chandavila comenzó en 1945. El 27 de mayo de ese año, Marcelina Barroso Expósito, de entonces 10 años, aseguró haber visto sobre un castaño a la Virgen de los Dolores, con manto negro, envuelta en unos rayos luminosos. Las apariciones se sucederían en días posteriores. Paralelamente, el día 30 de mayo, Afra Brígido Blanco, de diecisiete años, mientras estaba con sus amigas en Chandavila, creyó ver entre unas nubes algo que parecía una capilla y una silueta con la forma de una cruz. No le dio mucha importancia. Al día siguiente fue al castaño de las apariciones y entonces vio a la Virgen.

«Si bien con el paso de los días, tanto ella como Afra identificaron la figura como la Virgen de los Dolores, lo que más se destaca es una presencia de la Virgen que infunde consuelo, estímulo, confianza. Cuando la Virgen pide a Marcelina caminar de rodillas por un tramo de erizos de castaño secos, espinos y piedras cortantes, no lo hace para provocarle un sufrimiento. Al contrario, le pide confianza ante ese desafío: “No temas, nada te sucederá”», detalla el prefecto en su carta.

En el mensaje, destaca algunos aspectos valiosos de las presuntas apariciones, más allá de su sobrenaturalidad o no sobrenaturalidad. Por ejemplo, el hecho de que la Virgen dignificase y diera esperanza a las muchachas o de que se presentara «rodeada de constelaciones luminosas, como las que podían admirarse por las noches en el límpido cielo de los pequeños pueblos de Extremadura». También pone de relieve la vida discreta que eligieron ambas jóvenes tras extenderse la noticia de las presuntas apariciones y propagarse la devoción en el santuario que se construyó posteriormente.

«Ambas se dedicaron a obras de caridad, especialmente atendiendo personas enfermas, ancianas o huérfanos, y transmitiendo así, a las personas sumidas en el dolor, aquel dulce consuelo del amor de la Virgen que ellas habían experimentado», remarca.

En 2020, Celso Morga, entonces arzobispo de Mérida-Badajoz, decretó año jubilar en el santuario con motivo de los 75 años de estos acontecimientos. Fernández, en su carta, reconoce que esta idea fue «una bendición para la diócesis».