Hay lugares, historias y rostros que se quedan grabados fuertemente en la memoria. Y el modo de recuperarlo es re-cordando, volviendo a pasar por el corazón, y al hacer esto me sale dar gracias.
Gracias porque estar aquí me regala entrar en el Evangelio. Ver a ese ciego que recupera la vista, el cojo que camina. Conocer a la persona que en su indigencia echa todo lo que tiene para vivir. Vivir mirando al cielo y tratando de interpretarlo. Descubrir cómo una pequeña semilla se convierte en un gran arbusto. Confiar en que la vida está en manos de Bondye, como se llama a Dios por aquí.
Doy gracias por todas las vidas que se me ha regalado acompañar. Algunas han pasado fugaces. Otras han causado muchas lágrimas. Con varios de ellos me he reído a carcajadas. Y con otros me he desesperado al no entenderles. Admiro a esos padres que han estado al lado de sus hijos hasta el último minuto; a quienes no se cansan de pelear la tierra para llevarse algo a la boca; a las mujeres que luchan por encontrar una opción de vida en el tratamiento del cáncer; a los jóvenes que se empeñan en estudiar; a los niños que juegan y ríen.
Doy gracias por todas las buenas personas de tantos lugares que he podido conocer, que viven y se desviven por un mundo más justo, más posible para toda persona. Por quienes están ahí, con la oración, la palabra, compartiendo sus bienes, trabajando, apoyando a los demás…
Doy gracias por la oportunidad de abrir horizonte, por cuestionarme, por dudar, por perder certezas, por desaprender y dejarme enseñar. Por los tiempos de luz y los de profunda oscuridad.
Te doy gracias, Dios. Por haberte fiado de mí, por estar lo suficientemente loco para enviarme a ser Iglesia en este allí que es Haití. Gracias por seguirme enviando…