Gracias. Un canto agradecido y sereno. Un canto de familia y de esperanza. El buen Dios no deja de cuidarnos; nos regala sueños compartidos; nos regala el aprendizaje del amor que es callado, sutil, sacrificado, generoso, inesperado y encarnado. Su hogar está lleno de ambiciosos, de tarados, de suburbios y de rostros con nombre propio. Esta no es la casa de los perfectos, al fin «un santo es un pecador que lo sigue intentando»; es la casa de los que se saben necesitados, incompletos; de los que arden buscando bienaventuranzas por las calles, en la periferias de la ciudad y en las periferias de la vida. Nuestro Dios es así, Jesús nos lo mostró con claridad. Más allá de los envoltorios, de las apariencias… Abrazando corazones, sanando heridas, besando cicatrices, acogiendo soledades. Solo la soberbia y el engreimiento ciegan el viento del Espíritu. Un Espíritu juguetón y borracho, loco de amor y siempre, siempre, sorprendente. Es como una sinfonía maravillosa y cósmica ejecutada bellamente con estos instrumentos desafinados.
Estos días dos compañeros han sido ordenados obispos para nuestra familia de Madrid. La promesa de Dios se sigue cumpliendo. Enviados, con toda la Iglesia, a servir, a escuchar, a reír y a llorar. Codo con codo con una humanidad distraída, tan distraída como nosotros. Enviados a los que se confiesan cristianos y a los que no se confiesan cristianos; a beber de los silencios y a desatar un caudal de comprensión y de misericordia. Nuestras esquinas y nuestras plazas siguen llenas de ciegos al borde del camino, de samaritanas y publicanos, de centuriones y prostitutas, de desterrados y leprosos. Hay un grito que anhela buenas noticias, fraternidad de corazón, mesas compartidas. Fuerza, ilusión, sed de libertad; autenticidad, reciprocidad de relaciones entre hombre y mujer; transparencia; búsqueda convencida y apasionada de un mundo más justo, más solidario, más unido; la apertura y el diálogo con todos; el compromiso por la paz.
Gracias. Gracias porque no es fácil. Porque esto no va de escalafones, de medallas o de alargar los mantos y las filacterias. Gracias porque seguimos a tientas buscando el camino, la verdad y la vida. Gracias porque nunca faltaran pastores que, antes de nada, se sienten también ovejas: con olor a oveja, con sabor a oveja, con caricia de oveja, con mirada de oveja… lejos de los lobos.