La foto de la abuela - Alfa y Omega

La foto de la abuela

Los hijos que viven lejos, los nietos que nunca fueron o los jóvenes angustiados por un futuro lleno de inseguridades tienen menos capacidad para pagar a los mayores esa deuda de cuidado ante la soledad o la dependencia

Sandra Várez
Foto: Reuters / Marzio Toniolo.

«¡Mírame, abuela, que te voy a hacer una foto! Quiero sacarte más guapa. ¡Venga, posa otra vez! …». Y así una vez, otra, y hasta una decena.

En casa de la abuela María, las sesiones fotográficas pueden durar horas. La mañana anterior jugaron a las maestras. Y, hace tres días, la mujer, a sus 80 años recién cumplidos, fue víctima de una especie de alisado japonés a base de colonia, agua y un cepillo con púas de puercoespín. Desde que acabó el colegio, la niña pasa las horas con ella. La última semana, también las noches. Por la logística familiar, por la comodidad de ambas y porque sus ratos a solas son la felicidad auténtica. Abuela y nieta se cuidan, se buscan y, cuando se encuentran, se sumergen en un mundo en el que el tiempo se puede perder sin remordimientos ni obligaciones; en el que hay paciencia, escucha, complicidad, cuidado y mucho amor, amor del bueno. Para Martina, su abuela es la más guapa del mundo; para la abuela María, esa criatura preciosa es la vuelta a una época en la que criar estaba lleno de limitaciones. O de facilidades, según como se vea, «porque ahora los niños tienen demasiadas cosas, pero andan desde críos repletos de estímulos, de rutinas y de responsabilidades». Le decía esto muchas veces María a su difunto Antonio antes de que se marchara. Ahora también le habla y, antes de besar esa foto que vela sus sueños, pide que ojalá esa niña que le roba la energía tenga muchos años a su abuela.

La nieta Martina vino tarde. Los otros mayores «andan en el extranjero» porque de lo suyo hay poco y se paga mal. Y no terminan de «plantar el huevo», les cuenta a sus vecinas. Los chicos dicen que ahora todo es más inestable, que cuesta más crear vínculos y que la vida y el futuro, «sí, abuela», es más incierto que antes. A veces, incluso, hay reproches: «Los jóvenes estamos abandonados, no escuchan nuestras preocupaciones, vivimos peor». Y es más difícil así pensar en familia y en perpetuar las generaciones.

La historia de la abuela María sería la de tantos y tantos mayores que viven hoy, con una calidad de vida más o menos activa y saludable, en sociedades donde las pirámides de población se invierten. Mientras la natalidad alcanza sus cifras más bajas en toda Europa —España se sitúa a la cola, con tasas de nacimientos de épocas de posguerra—, el porcentaje de personas mayores de 80 representa el 6 %, de las cuales cerca de 20.000 son personas centenarias. Una circunstancia que, inevitablemente, lleva a pensar en la sostenibilidad de un sistema donde la mayor esperanza de vida aumenta también las necesidades de asistencia: los hijos que viven lejos, los nietos que nunca fueron o los jóvenes que están angustiados por un futuro lleno de miedos e inseguridades tienen menos capacidad para pagar a los mayores esa deuda de cuidado y acompañamiento ante la soledad o la dependencia. Lo que les convierte, a ojos de la sociedad, en una carga o un problema. En su mensaje para la Jornada Mundial de los Mayores y los Abuelos que se celebra este domingo, el Papa denuncia las contradicciones de un sistema planteado en términos de beneficio y de contraposición «que alimenta los conflictos generacionales entre jóvenes y ancianos». Hoy en día, reza el texto, «está muy extendida la creencia de que los ancianos hacen pesar sobre los jóvenes el coste de la asistencia que ellos requieren», de modo que, a pesar de la mejora de la salud, «la soledad se convierte en la amarga compañera». Esto no es más que un error, dice, porque la historia de los mayores, su sabiduría y también su fragilidad son todo un magisterio que los adultos y los jóvenes deben escuchar».

María y su nieta lo saben muy bien. Por eso cuando, cada tarde, la retrata con esa cámara diminuta, le expresa: «¡Quiero que estés siempre conmigo, abuela!».