El cardenal Sako, tras su restitución como patriarca: «El último año ha sido un vía crucis»
El Gobierno de Irak le negó su autoridad como líder de los caldeos. Detrás había presiones de milicias «que se llaman “cristianas” pero nada tienen que ver con la fe»
«Ahora la Iglesia es más fuerte que antes porque ha vencido», nos cuenta al otro lado del teléfono desde Bagdad el cardenal Louis Raphael Sako. Es patriarca de los caldeos en Irak y nunca ha dejado de serlo, pero hace un año el presidente Abdul Latif Jamal Rashid rompió unilateralmente el decreto que le reconocía como tal de cara al Estado y que llevaba diez años en vigor. «Lo que hizo entonces no era legal y va en contra de la Constitución», explica el purpurado, que volvió a ser reconocido por el Gobierno el pasado 5 de junio. Confiesa que «este último año ha estado lleno de tribulaciones; para mí ha sido un vía crucis».
Louis Raphael Sako achaca la errática decisión de deslegitimarlo a las presiones de la Brigada Babilonia, «que quería intimidarme para hacerse con las propiedades de la Iglesia y los cristianos». Este es un grupúsculo paramilitar autodenominado cristiano, «pero que nada tiene que ver con la fe y su moral». El purpurado señala que los milicianos utilizan su denominación religiosa como «propaganda» y que la persecución que desencadenan sobre los católicos «es incluso peor» que la de algunos sectores islamistas radicales. «Yo he estado en su contra desde el principio y con su dinero han comprado a algunos obispos y sacerdotes que les muestran su apoyo. En Bagdad han confiscado muchos inmuebles», denuncia.
Matiza así que el objetivo último tras su desacreditación como patriarca «no era yo, sino estas propiedades». Ahora celebra que «la gente viene a visitarme y me felicita». Lo ha podido ver en este último mes, en el que ha vuelto a celebrar Misa en su parroquia de siempre en Bagdad «y la gente está entusiasmada». De hecho, actualmente «estoy preparando el Sínodo de la Iglesia caldea», que tendrá lugar del 15 al 19 de julio, con toda normalidad. «No es como antes», asegura, cuando el clima de persecución le llevó a exiliarse por su seguridad en el Kurdistán, una región montañosa del interior donde las minorías cristianas tienen mayor presencia.
Sako agradece la intercesión de los «muchos jerarcas» que le pidieron al presidente Abdul Latif Jamal Rashid deshacer su atropello, así como «al secretario de Estado de Estados Unidos». Y revela que, tras duras negociaciones, finalmente el presidente y él mismo «nos sentamos 40 minutos a hablar y preparamos un nuevo decreto que hemos firmado».
Una década después del Dáesh
Diez años después de la entrada del autodenominado Estado Islámico en Bagdad —y siete años tras su derrota— Sako celebra que «entonces había gente combatiendo por estar en contra de aquella ideología y ahora solo hay incidentes puntuales». Explica que «hoy día hay muchísima más seguridad, pero seguimos sin servicios públicos». Lamenta que, incluso tras la marcha de la organización terrorista, «no hay estabilidad ni confianza en el futuro». Ni siquiera en Mosul, donde «había más de 50.000 cristianos y hoy no llegan a 120».
Aunque agradece la colaboración de entidades como Ayuda a la Iglesia Necesitada, que en los últimos años ha reconstruido más de 14.000 edificios, viviendas e iglesias en el Kurdistán, pide «apoyo político y presión al Gobierno iraquí». Considera que, aunque se vuelvan a levantar aldeas como la de Batnaya —en primera línea de fuego del Estado Islámico y abandonada como un pueblo fantasma en 2016—, «para que los cristianos vuelvan lo que es necesario es el respeto a los derechos humanos». Denuncia que los cristianos «no somos tratados con equidad» y «hay diferentes categorías de ciudadanos, cuando deberíamos tener los mismos derechos y deberes que cualquiera». Y pide «una democracia secular» donde profesar el islam no sea «una obligación».
Finalmente, el cardenal Sako recuerda que «en Qaraqosh, Karamlesh, Bakofa y otros pueblos cercanos, muchas familias siguen marchándose» tras la «tragedia» ocurrida el pasado 26 de septiembre, cuando 123 personas fueron «asesinadas» en un incendio cuyas causas aún no han sido esclarecidas, durante la celebración de un matrimonio cristiano. «Aún tenemos miedo del futuro y necesitamos la verdad», exige.
El cardenal Sako advierte de «la creciente tensión debido a la guerra en Palestina», que ya está causando estragos en la vecina Líbano y que, con Yemen en guerra, amenaza con una regionalización del conflicto por todo Oriente Medio. Pide una desescalada de las hostilidades para evitar un nuevo episodio bélico como el que ya conoció. «Esta es nuestra tierra y no queremos abandonar el país ni nuestra identidad», sentencia el prelado. Reivindica que «aquí están las raíces del cristianismo y sería una tragedia que no quedaran cristianos». Y solo tiene un recado para la comunidad internacional: «Por favor, no os olvidéis de nosotros ni del éxodo de los cristianos».