El libro de Miguel
Ha construido su carrera como escritor en los márgenes del mundo. Conocer su historia nos invita a imaginar las que se esconden en aquellos en los que apenas reparamos. Personas que viven en el subsuelo sin haberlo elegido y que necesitan que alguien les tire un flotador. Un rato, un café, humanidad
La famosa frontera entre norte y sur de la que tanto hablamos está más cerca de lo que imaginamos. Quizás entre los que cruzan un puente en su utilitario rumbo a la playa y los que viven debajo en una casa hecha a trozos. El mundo también se divide entre los que tenemos la suerte de tener un hogar y los que viven ahogados. Entre los que podemos renovar el armario en las rebajas y los que utilizan puertas de armarios desvencijadas para amurallar el suelo que utilizan como casa. Entre Miguel, que nos mira con una dignidad aplastante con un libro entre sus manos, y los que, aun teniendo de todo, buscamos constantemente lo que nos falta.
Miguel siempre quiso ser escritor. En la fotografía vemos cómo nos abre las puertas de su casa bajo un puente en Roquetas de Mar. Se trasladó a Almería para intentar encontrar un trabajo en los invernaderos, pero a los 65 años ya es demasiado tarde para que le contraten. Se gana la vida vendiendo pulseras de cuero que confecciona el mismo y mientras tanto escribe las ideas que le vienen en mente en unos apuntes que él mismo ha llamado Anotaciones en el cuaderno de campo. Lo de la escritura se lo ha forjado de forma autodidacta sin faltar nunca al centro de educación para adultos, para así conseguir escribir sin faltas de ortografía. Tan solo fue al colegio hasta los 11 años. En el punto y aparte de una vida escrita en blanco y negro, relata que le sacaron del colegio para recoger algodón y ayudar a su familia. Después trabajó con el carbón, incluso cortando leña. Y a pesar de no saber escribir, siempre ha querido convertirse en escritor. Después de viajar para conocer mundo, encontró pareja y tuvo dos hijos. Tras la separación le dieron a él la custodia y trabajó de sol a sol en la construcción para sacarlos adelante. La crisis de 2008 le llevó al paro y a partir de ahí todo se emborronó. No quiere ser una carga para ellos. Por eso viajó a Almería en busca de un futuro que ahora está entre estas paredes destartaladas que acotan los enseres necesarios para vivir. Se los fueron proporcionando amigos que ha conocido allí.
En la mirada de Miguel no encontramos reproche ni clemencia. Refleja más bien la serenidad de quien ha optado por no acaparar cosas que nos convierten en cosas y se siente feliz escribiendo. Habla con orgullo de su relato Andrea la mala, que forma parte de un recopilatorio de varios autores y en el que refleja la historia de una pequeña muy lista y traviesa que imparte una lección moral a sus padres. Quizá la misma clase magistral que Miguel nos da a los que miramos su casa con cierta aprensión sin darnos cuenta de que si algo valemos no es por lo que tenemos.
La palabra «sobriedad» no molesta, y hasta suena bien, cuando la nevera está llena, cuando podemos elegir entre playa o montaña o el restaurante al que iremos a comer el domingo. La vida nos podría haber puesto a todos en las mismas circunstancias que Miguel. A él lo de la sobriedad le viene de serie, pero nosotros tenemos la posibilidad de atar en corto todas las voces que nos apremian a gastar, a comprarnos un teléfono mejor, a plantearnos un cambio de coche o un televisor de más pulgadas. El pasado domingo, durante el viaje exprés que el Papa realizó a la ciudad italiana de Trieste, nos invitaba a preguntarnos si habíamos permitido que el consumismo entrara en nuestro corazón: «Es una plaga que nos hace egoístas. Nos hace pensar en nosotros mismos». Las palabras de Francisco nos dirigen de inmediato a Miguel: «No lo olvidemos: Dios se esconde en los rincones oscuros de la vida y de nuestras ciudades, su presencia se revela precisamente en los rostros ahuecados por el sufrimiento y donde parece triunfar la degradación. La infinitud de Dios se esconde en la miseria humana, el Señor se agita y se hace presencia amiga precisamente en la carne herida de los últimos, los olvidados y los descartados».
Miguel ha construido su carrera como escritor en los márgenes del mundo. Conocer su historia nos invita a imaginar las que se esconden en aquellos con los que tantas veces nos cruzamos y en los que apenas reparamos. Personas que viven en el subsuelo sin haberlo elegido y que necesitan que alguien les tire un flotador. Un rato de tiempo, una invitación a un café, humanidad. Esta fotografía no es una más de los sin techo que habitan nuestras calles. Se llama Miguel, es escritor. Vive en los márgenes y ve las cosas de otro modo. De él también podemos aprender.