Nuevo destino: «¡Atravesemos!» - Alfa y Omega

En el libro Come. Reza. Ama, la autora dice que la palabra que más le gusto aprender en italiano fue «attraversiamo». Ella se refería a cruzar la calle, pero también a pasar de una situación a otra, a correr el riesgo de ver lo que pasa en el otro lado, a exponerse a lo desconocido y considerar esa incertidumbre como algo positivo y que encierra una gran dosis de potencial felicidad.

En septiembre me tocará atravesar (una parte de) Argelia para ir a mi nueva misión, a 800 kilómetros al sur de la capital. Tendré que cruzar las montañas del Atlas, las llanuras de la meseta, parte del desierto de piedra y y luego el de arena… pero también tendré que pasar de un clima clemente a otro desértico, de un puesto confortable a no saber lo que me espera, de tener amigos aquí a tener que crear allí lazos desde cero, de recibir numerosos visitantes en la basílica de Nuestra Señora de África a tener una comunidad cristiana de solo cinco personas. Hay quienes me desaniman a ir e, incluso, llenos de buenas intenciones, se ofrecen para hablar con mis superiores.

Pero yo afronto esta travesía como una reafirmación de mi vocación misionera: salir de mi zona de confort eclesial, social y humana e ir donde hay una vida que no descubriría estando lejos de esa nueva realidad. Quedarme aquí sería dudar de la presencia del Espíritu que empujó a Jesús a salir de Nazaret, o de que la Buena Noticia sea también para los pobres y las gentes de las periferias, o de la necesidad que tiene cualquier lugar de tener a discípulos de Jesús. Quedarme es lo más fácil. Atravesar parte del desierto es más evangélico. En más de una ocasión a Jesús también le propusieron instalarse donde estaba: haciendo tres tiendas en el Tabor o quedándose en la orilla repleta de seguidores admirativos. Jesús siempre dijo: «Bajemos a la llanura… crucemos a la otra orilla… que para eso he venido».

La misión es hacerse cercano del que hubiéramos podido vivir, tranquilamente, alejados. Y en el desierto argelino hay mucha gente de la que puedo ser el prójimo y a la que puedo amar y servir. Secretamente, me gustaría también ser un aliciente para los que se plantean una vocación misionera y que oyen en sus corazones la invitación de Jesús a ir por el mundo en su nombre. A ellos también les digo: «¡Atravesemos!».