16 de julio: san Helerio, el eremita decapitado que logró ahuyentar a los vikingos - Alfa y Omega

16 de julio: san Helerio, el eremita decapitado que logró ahuyentar a los vikingos

Concebido y sanado de niño gracias a la oración de un monje, cuando rezaba hasta las tormentas y los animales obedecían. Buscó la intimidad con Dios en una isla del canal de la Mancha

Juan Luis Vázquez Díaz-Mayordomo
San Helerio. Vidriera en la iglesia homónima en Beuzeville (Francia)
San Helerio. Vidriera en la iglesia homónima en Beuzeville (Francia). Foto: Reinhardhauke.

De pocos hombres se puede decir que lograran ahuyentar solo con su presencia a los temidos vikingos. San Helerio lo hizo incluso después de abandonar este mundo. Sus padres, Sigebardo y Lusigarda, eran paganos y vivían en Suabia, al sur de la actual Alemania. Tras varios años sin tener descendencia acudieron a un monje cristiano llamado Cuniberto, para que ese Dios en el que creía les ayudara a concebir un hijo. El religioso rezó por ellos, pero antes les hizo prometer que si al final ella se quedaba embarazada ofrecerían su retoño al Dios de los cristianos. Así sucedió, y Helerio vino al mundo en torno al año 515.

Sin embargo, Sigebardo y Lusigarda siguieron rezando a sus ídolos, olvidando su promesa. No tardaron en recordarla cuando el niño, a los 7 años, se quedó paralítico, víctima de una rara enfermedad. Desesperados, acudieron de nuevo al monje, que volvió a rezar por el chico, esta vez por su curación. Una vez sano, sus progenitores lo entregaron a Cuniberto, que se encargó de darle una educación cristiana.

El joven Helerio aprendió así a invocar el nombre de Cristo ante cualquier necesidad, grande o pequeña: desde convencer a los conejos para que no se comieran los frutos de la huerta familiar hasta curar la ceguera de un vecino de la aldea. Todo ello le empezó a parecer sospechoso a su padre, quien atribuía esos hechos al poder de una extraña hechicería. Este fue el motivo por el que un día se levantó, fue donde vivía el monje y lo mató. Horrorizado, el joven huyó de casa y vivió siete años en una ermita en un bosque. La gente del lugar no tardó en conocer el don de aquel muchacho, por lo que pronto llamaron a su puerta muchos enfermos pidiendo que los curara. Incómodo por esta fama inesperada Helerio se marchó de nuevo, esta vez a las costas de Normandía, al oeste de Francia, donde recibió el Bautismo de manos de san Marculfo, pues ni siquiera había sido bautizado.

La cruz trajo la tormenta

Marculfo animó a Helerio a encontrar la vida retirada que buscaba en la que hoy es la isla de Jersey, en el canal de la Mancha, entonces un islote prácticamente desierto. Al desembarcar allí en torno al año 540, encontró a apenas una treintena de personas, ya que la mayoría había huido por temor a las incursiones vikingas. En la isla encontró una remota cavidad rocosa rodeada casi totalmente por el mar, en la que recomenzó su vida como eremita. Allí recibió un día la visita de Marculfo, pero mientras conversaban vieron aproximarse por el horizonte algunos temibles drakkar, las embarcaciones alargadas de los vikingos. Bajaron a la orilla a recibirlos y, cuando desembarcaron, trazaron sobre ellos la señal de la cruz. Enseguida surgió de la nada una tormenta colosal que ahuyentó a los invasores y salvó las pertenencias y las vidas de los habitantes de la isla.

En los años siguientes, los vikingos siguieron intentando sus pillajes. Pero cada vez que los veía desde su posición, Helerio avisaba por señales a los isleños y estos se refugiaban con los suyos en los pantanos de la zona. Una reminiscencia de aquellos días es la expresión «las velas de san Helerio», que actualmente se utiliza en Jersey para referirse a los nubarrones que asoman en el mar repentinamente sobre el horizonte.

Cerca de 15 años más estuvo en ese lugar el santo, en intimidad con el Autor de la vida y con su creación, hasta que un día tuvo una visión de Cristo que le decía: «Ahora, ven a mí». Consciente de ese inminente encuentro, Helerio se preparó para la muerte. Tres días después, las velas de los vikingos asomaron de nuevo por el mar. Debilitado por tantos años de ayunos, en esta ocasión los bárbaros no tuvieron difícil encontrar al ermitaño, decapitándolo sin piedad sobre la arena de la playa. Sin embargo, Dios se guardaba en la manga un golpe de efecto: el cuerpo de Helerio se levantó, recogió su cabeza del suelo y avanzó hacia los vikingos que, espantados, ya no volverían allí en mucho tiempo. Así consiguió salvar la isla una vez más, esta vez incluso después de muerto.

Sobre el mar

La roca en la que vivió el santo está en un islote mareal de Jersey, unido hoy a la isla principal por una calzada de un metro de ancho que asoma solo durante la marea baja. Esto da una idea de la intimidad y la soledad que disfrutó Helerio durante su vida aquí. Cada 16 de julio tiene lugar una peregrinación ecuménica hasta ese lugar durante las horas en las que la calzada es transitable. Reúne tanto a turistas como a lugareños, que recuerdan así a aquel que dio nombre a la capital de la isla y al que se atribuye su conversión al cristianismo.