Rubik, Platón y el puzle de la interioridad
La medida es siempre el ser humano, y por eso un buen problema matemático o geométrico encierra, condensa y abstrae —en una palabra, simplifica— toda la complejidad humana
Una tarde de 1978 o 1979, Tibor Laczi, un empresario húngaro exiliado en Viena, descubrió en una feria de juguetes en Budapest un extraño y adictivo rompecabezas tridimensional: un cubo formado por otros 26 cubos móviles de colores. Luego conoció a su creador, Ernö Rubik. «Cuando Rubik entró en la sala tuve ganas de darle algo de dinero: parecía un mendigo. Iba terriblemente vestido y le colgaba de los labios un cigarrillo barato. Pero sabía que tenía un genio ante mí», recogió en un reportaje National Geographic.
El genio tenía entonces 34 años y hacía cinco que había diseñado el Cubo Mágico, en principio, como una herramienta para ilustrar un problema geométrico de una de las asignaturas en las que ejercía de profesor ayudante en la Escuela de Artes Aplicadas de Budapest. Este mes, Rubik cumple 80 años y el cubo alcanzará el medio siglo. En este tiempo se ha convertido en uno de los juguetes más vendidos del mundo y un icono ochentero: una bisagra entre el mundo antes y después de internet.
Cuando Rubik construyó el primer prototipo funcional, disfrutó un rato de la misteriosa manera en que se mezclaban los colores. Luego se dio cuenta de que no sabía volver a montarlo y llegó a pensar que era imposible. De hecho, el cubo tiene 43 trillones de configuraciones posibles y solo hay una correcta. Como el corazón humano. No en vano se ha llamado el número de Dios a la cifra mínima de movimientos necesarios para resolverlo. A Rubik le obsesionó la relación entre las piezas cuando el cubo está deshecho y tardó un mes en armarlo de nuevo.
En una entrevista para Aprendemos Juntos, de BBVA, se puede escuchar al viejo profesor vibrar con el enigma. «Vivimos en tres dimensiones y, al principio, parece muy sencillo porque estamos muy familiarizados con lo que significa arriba y abajo, izquierda y derecha, delante y detrás», explica. Pero el puzle no ilustra solo un problema geométrico. En una conversación con la CNN, Rubik explicó que las preguntas que motivaron la creación de su juguete eran más profundas: «La alteración del espacio a través de los objetos, el movimiento en el espacio y el tiempo, su correlación, su repercusión en la humanidad, la relación entre el hombre y el espacio, el objeto y el tiempo».
La medida es siempre el ser humano y por eso un buen problema matemático o geométrico encierra, condensa y abstrae —en una palabra, simplifica— toda la complejidad humana. «El cubo es un elemento eterno», sostiene el profesor con toda la seriedad del platonismo. «Es una de las formas geométricas más simples, es uno de los cinco sólidos platónicos y, para mí, el más simple, y describe muy bien nuestra relación con las tres dimensiones. Estás jugando con el objeto físico y, al mismo tiempo, el objeto está en tu mente porque no puedes verlo en su totalidad. Como es tridimensional, siempre hay una parte del objeto que está oculta, pero en tu mente puedes visualizarlo entero».
Me divierte ver en ese rompecabezas y en las palabras de su creador un laboratorio a escala del alma, de la interioridad. Tanto el corazón humano como el cubo de Rubik suelen encontrarse más o menos desordenados, con un desorden que exige la restauración de su plenitud. El enigma no se conforma con menos que una solución. No es menos cierto que el cubo y la virtud se construyen con la mente y también con las manos. Somos cuerpo animado: la santidad solo existe encarnada. Es un milagro espiritual, pero bien palpable. También constatamos que en ambos rompecabezas hay una cara invisible y que cuando se desordena una pieza pequeña todo sufre una modificación.
Por último, Ernö Rubik señala en la entrevista que «el cubo es una novedad para cada nueva generación, una y otra vez, igual que un chiste viejo. Cada vez lo descubren nuevos niños». Eso es lo más determinante. Feliz cumpleaños, profesor Rubik.