El anhelo de cambiar Instagram por el cubo de Rubik - Alfa y Omega

El anhelo de cambiar Instagram por el cubo de Rubik

Alrededor de un 75 % de los niños encuestados se han visto envueltos en una situación de violencia sexual digital

Alfa y Omega

Cada vez que nos adentramos más en el intrincado mundo de las nuevas tecnologías, más angustioso se presenta el futuro cercano si no estrechamos su campo de acción. En el número de esta semana nos topamos de bruces con los depredadores sexuales que acechan a nuestros hijos a través de una aparentemente inocente cuenta de Instagram. Un reciente estudio realizado por la Fundación Mutua Madrileña en colaboración con la Guardia Civil cuenta casos reales escalofriantes, como el de Ana, una menor que empezó a hablar por mensajes privados de la red social con un chico que resultó ser un adulto que le mandó una foto de sus partes íntimas y amenazó con usar la inteligencia artificial y que ella apareciese en la imagen si no atendía a sus peticiones. Aquí no hay dark web (esa parte de internet que se nos escapa al común de los mortales donde se cuecen delitos), ni plataformas pornográficas ni aplicaciones para adultos. Instagram lo tienen hasta niñas de 8 años que hacen tutoriales de maquillaje. No hay quien se siente en el metro y no mire su perfil en esa red. Es lo habitual. Lo aparentemente seguro. Dice este informe que alrededor de un 75 % de los niños encuestados se han visto envueltos en una situación de violencia sexual digital. Y que muchos, muertos de miedo por vergüenza o por no ser castigados por sus padres, no lo cuentan jamás, con la consiguiente angustia y las consecuencias graves que eso conlleva, como aislamiento, pérdida de autoestima o alteraciones en su vida sexual futura. Los móviles son un instrumento a controlar y la explosión de las redes sociales un fenómeno que nos va a estallar en la cara —socialmente hablando— mucho antes de lo que imaginamos. Ahora que se cumplen los 50 años de la aparición del cubo de Rubik, como contamos también en estas páginas, compartimos el anhelo de volver a ver a esos niños sentados en la escalera del portal intentando unificar colores mientras comen las chuches que compraron con cinco pesetas.

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