En ocasiones, las leyes de la naturaleza dificultan que asimilemos ciertos hechos. La muerte de un niño es siempre uno de esos casos. No estamos acostumbrados. Nuestra mente es incapaz de procesar que un ser inocente, con apenas 4 años, abandone este mundo. Al dolor que sentimos se une la rabia, la frustración y la impotencia.
La historia de Moisés —que, paradójicamente, significa «salvado por las aguas»— no es una excepción. Víctima de un naufragio, tras más de un año esperando en la fría cámara del Instituto Anatómico Forense, hace algunos días recibió cristiana sepultura. Me cuesta imaginar el desgarro de esa madre a la que el destino separó de su querido hijo. Como María al pie de la cruz.
En el libro del Éxodo, la madre de Moisés tomó una cesta de papiro y la impermeabilizó con betún y pez. Después, puso en ella al niño y la dejó entre los juncos, a orillas del Nilo (Ex 2, 3). En este caso, con el anhelo de que su pequeño vástago fuera a la escuela en España y poder darle un futuro esperanzador, la cesta fue una frágil embarcación que trató de cruzar las aguas del salvaje Atlántico.
Cuando el Señor habló a Moisés, dijo haber visto la opresión de su pueblo y oído los gritos de dolor, provocados por sus capataces. El Señor conoce muy bien los sufrimientos de su pueblo. Aún hoy, no es ajeno a los padecimientos de los descartados, de los últimos, de los migrantes. ¿Dónde estaba tu Dios cuando ese niño falleció? Se preguntarán algunos. El misterio es insondable, incomprensible, pero tengo la certeza de que estaba allí, sufriendo con él, padeciendo su misma injusticia.
Ante la situación de su pueblo, el Señor encomendó a Moisés una misión: liberar a su pueblo. El camino no fue fácil, las resistencias del faraón fueron constantes. Pero Moisés perseveró, se mantuvo firme en la fe y, finalmente, su pueblo fue liberado. Quizás, la misión del pequeño Moisés haya sido esa: liberar a su pueblo de prejuicios, de desigualdades, de iniquidad.
Me cuesta creer que una muerte tan prematura pueda tener sentido, pero me resisto a pensar que ha sido en vano. Tanto dolor no puede ser gratuito. La historia de Moisés debe servir para algo. Ojalá sea la última víctima de nuestro injusto sistema.