Nos encontramos, normalmente, una vez al mes. Compañeros de distintos lugares y zonas de Madrid, con diferentes sensibilidades, pero con el latido de la caridad como denominador común. El amor es una palabra sobreutilizada y, por ello, devaluada. Amar es un lenguaje que se construye con la piel, con la entrega, con generosidad, con sacrificio, con humildad. Amar es un leguaje que no se estudia en las escuelas ni en las universidades, sino que la vida te va enseñando y que solo dejas de aprender cuando esta se acaba y cae el telón. Por eso, cuando ponemos la mirada en las heridas de esta sociedad y de este mundo, en nuestras propias heridas, es como ese alfarero que contempla el barro entre sus manos; que observa como una y otra vez se le viene abajo, o se le deforma, pero que cuando consigue crear algo, siente la maravilla y el milagro entre sus dedos. Personas solas, sin empleo, con infraviviendas, familias rotas, maltrato, adicciones, exclusión, ancianos vulnerables, salud mental, sin hogar, desarraigo, abusos… Llamados a escuchar con los oídos y, especialmente, con el corazón. Llamados a no evitar las lágrimas y los silencios. Llamados a una ternura tan del Evangelio y tan del Dios encarnado y derramado.
En esa mesa compartida reflexionamos, aportamos ideas, inventamos, coordinamos con pragmatismo pero, sobre todo, soñamos. Soñamos con una ciudad de hermanos y de hermanas; de calles asfaltadas con versos y canciones; de balcones repletos de flores y sonrisas; de gente sin prejuicios y con nubes de abrazos que se derramen como una tormenta de agua y de luz. Que nadie hable solo, si no es para hablar con Dios. Es el arte de amar: que cree sin límites, disculpa sin límites, no se engríe, no presume, no es egoísta, no se alegra de la injusticia, es paciente y benigno, no lleva cuentas del mal, que goza con la verdad. Ese amor no pasa nunca. Y este amor está en nuestras manos: frágil y maleable; maravilloso y fugaz. Constructores de una verdadera humanidad. Artesanos para acompañar, para deletrear biografías, para sanar y sanarnos. Artesanos de un amor fiel y concreto. Nunca alcanzaremos a agradecer tantas vidas entregadas en el corazón de la Iglesia.