Sígueme
Lunes de la 13ª semana de tiempo ordinario / Mateo 8, 18-22
Evangelio: Mateo 8, 18-22
En aquel tiempo, viendo Jesús que lo rodeaba mucha gente, dio orden de cruzar a la otra orilla.
Se le acercó un escriba y le dijo:
«Maestro, te seguiré adonde vayas».
Jesús le respondió:
«Las zorras tienen madrigueras y los pájaros nidos, pero el Hijo del hombre no tiene donde reclinar la cabeza».
Otro, que era de los discípulos, le dijo:
«Señor, déjame ir primero a enterrar a mi padre».
Jesús le replicó:
«Tú, sígueme y deja que los muertos entierren a sus muertos».
Comentario
Sorprende y asusta la soledad íntima de Jesús: «”Maestro, te seguiré adonde vayas”. Jesús le respondió: “Las zorras tienen madrigueras y los pájaros nidos, pero el Hijo del hombre no tiene donde reclinar la cabeza”». Su destino es único. Donde él va nadie puede seguirle nadie. La comunidad de aquellos que le siguen forma parte de su destino, porque es para ellos su misión. Pero nadie puede sustituirle. Es su relación personal con el Padre la que está en juego. Es Él frente al Padre, en esa soledad del ser personal: ni siquiera el Padre puede estar con Él en ese destino, porque es por y para el Padre que lo hace. Él no es el Padre, y su relación no quita que Jesús tenga que ser Él mismo, distinto del Padre, solo frente al Padre. Esa soledad personal que no deshace la comunión, sino que a exalta: la comunión con el Padre y la comunión de la Iglesia no diluyen la unicidad de las personas y de sus destinos. La comunión es comunión de personas, amor entre personas insustituibles e indelebles.
Por eso, en esa soledad de destino andamos nosotros también. Tratar de suprimir esa soledad es un error, porque es el espacio personal en el que se desarrolla nuestro camino único. La comunión con aquellos que amamos debe sostener ese espacio personal: «darse cuenta de que, incluso entre los seres más cercanos han de seguir existiendo infinitas lejanías, puede contribuir a que crezca en ellas una maravillosa forma de vivir juntas, si consiguen amar y valorar la distancia que reina entre ellas, distancia que les da la posibilidad de verse siempre uno a otro en toda su figura y ante un inmenso cielo» (Rilke).