¿Quién ha escrito esta columna? ¿El que la firma o ChatGPT? Es difícil saberlo y pronto sucederá lo mismo con los vídeos. Tras una década de chaparrones de posverdad —un arma de intereses económicos y políticos—, estamos entrando rápidamente en una nueva era: la posrealidad.
Las grandes empresas tecnológicas americanas lideran ya el ránking de capitalización en bolsa y crecerán todavía más gracias a nuevos productos físicos como gafas de realidad virtual o de metaverso —que leen los ojos y el ritmo cardíaco para realzar el juego— o chalecos hápticos que transmiten la sensación real de calor, puñetazos, etc. Y nuevos productos digitales que afloran en un sinfín de aplicaciones cautivadoras.
Naturalmente, la inteligencia artificial (IA) y la mayoría de los nuevos productos permiten tanto usos positivos y beneficiosos como otros delictivos, criminales o autodestructivos. Igual que la tecnología nuclear permite producir electricidad o matar de un golpe a decenas de miles de personas.
Durante milenios, la cultura humana se expresaba sobre todo en la literatura y en el arte. Hace un siglo, la llegada del cine sonoro dio lugar al entretenimiento, ya como industria mundial. Hace dos décadas, la difusión de internet creó la economía de la atención, o de la distracción, pues mantiene al usuario enganchado para que vea anuncios, clique enlaces comerciales o mejore el posicionamiento de una web.
Ahora vivimos ya en la economía de la adicción, promovida por las grandes empresas tecnológicas incluso entre los menores: videojuegos que llevan de apuestas sin dinero a otras con él, sistema de scrolling en pantallas, fomento de adicciones a la pornografía, microvídeos, crispación política, etc.
Los jóvenes pasan un promedio de seis horas al día en el móvil. Al lado del uso provechoso, crece el adictivo. Muchos jóvenes están enganchados por los traficantes: no pueden autocontrolarse en el uso del teléfono, se aíslan de las personas y del mundo real…
La IA está acelerando estos fenómenos. Por eso conviene meditar el reciente mensaje del Papa al G7 y los dos anteriores. Y hacerlo pronto. ¿Quién ha escrito esta columna?