En un país como Mongolia, donde la Iglesia católica es un rebaño muy pequeño, la realidad del diálogo interreligioso se vuelve cada vez más concreta. Un ejemplo es la participación de la hermana Francisca Allasia, misionera de la Consolata, en el séptimo coloquio budista-cristiano, celebrado del 13 al 16 de noviembre y promovido por el Dicasterio para el Diálogo Interreligioso. El encuentro, celebrado en Bangkok, contó con la participación de budistas y cristianos de Camboya, Hong Kong, India, Japón, Malasia, Mongolia, Myanmar, Singapur, Sri Lanka, Corea del Sur, Tailandia, Taiwán y Reino Unido. Fueron días intensos de escucha, encuentro y reflexión sobre el amor y la compasión como herramientas para sanar a la humanidad herida y a la tierra. Llevo conmigo la belleza de las relaciones y de los momentos compartidos, la profundidad de las reflexiones y la esperanza de que un camino común hacia el bien es posible y pueda convertirse en un signo luminoso y elocuente para nuestro mundo marcado por la violencia y el rechazo al otro. La hermana Allasia dice sentirse animada a dar pasos en esta dirección, a caminar en busca de los demás, a apasionarse por conocer y estudiar las diferentes realidades con las que entró en contacto. Ella sueña con un diálogo que se convierta en un camino extendido y en mano concreta por el bien de todos. Podemos pensar en este diálogo como una llamada que debe convertirse en un acto de amor al servicio de la fraternidad. Es una experiencia que hay que desear, buscar y favorecer. Por supuesto, el primer contacto con el otro siempre da un poco de miedo y requiere que afrontemos un cierto nivel de riesgo. Quizá te preguntes: ¿Cómo lo haré? ¿Dónde empiezo? ¿Qué pasa si no nos entendemos? ¿Tendré que renunciar a mi propia identidad en el diálogo? El diálogo interreligioso es precioso y delicado. Requiere una actitud de escucha, estima y respeto, una apertura a dar y recibir, en una relación que involucra todo el ser de la persona. Esto implica coraje, responsabilidad, interdependencia y humildad. En el verdadero diálogo, los dos dialogantes caminan juntos y se enriquecen fortaleciéndose en su propia identidad. Pietro Rossano afirmó que el diálogo no se produce entre religiones diferentes, sino entre personas que profesan religiones diferentes. Esto ya nos da una indicación preciosa: la persona debe ser puesta en el centro. Paso a paso, se construyen relaciones significativas con miembros de otras religiones en un diálogo de vida, de experiencias espirituales, en un intercambio teológico y en una complicidad en la caridad.