Viendo que los alrededores de Nuestra Señora de África (Argel), uno de los lugares más visitados de la capital, estaban cada vez más sucios, y animados por lo que otros realizan en el Movimiento Laudato Si’, lanzamos una invitación para venir a retirar basura. El día fijado, ya a las 7:30 horas, llegaron los tres primeros voluntarios en bicicleta. Poco a poco vino más gente: en pareja, en familia, con amigos, con compañeros de trabajo o solos. Dimos consignas de seguridad, repartimos guantes, bolsas de basura (en parte proporcionadas por la empresa municipal de limpieza) y a cada uno se le asignó una zona que limpiar. De vez en cuando alguien gritaba: «¿Quién quiere agüita fresca?» y pasaba repartiendo botellines.
Un toque de silbato puso fin a la operación. Todos nos reunimos en las escaleras de la basílica y pude decirles: «Gracias por venir a devolverle la belleza a este lugar. El hecho de que la mayoría de ustedes sean musulmanes y que hayan venido a cuidar el entorno de una iglesia cristiana es un mensaje al mundo. Dios creó la naturaleza hermosa y como creyentes debemos mantenerla así. ¡Gracias por venir!».
Habíamos encargado lo necesario para ofrecer té o café a las más de 70 personas que participaron. Para algunos era la primera vez que venían a la iglesia y una visita guiada puso el colofón final a la mañana. La conciencia de que los creyentes debemos implicarnos en la defensa de la naturaleza es cada vez mayor: ¿Cómo adorar a un Dios que «vio que todo era bueno» al crear el mundo y seguir destruyendo su obra, yendo así contra su voluntad?
La mayor parte de los habitantes del planeta se declaran creyentes y esto debería provocar a las religiones a entrar en un diálogo entre ellas orientado al cuidado de la naturaleza, a la defensa de los pobres, a la construcción de redes de respeto y de fraternidad. Como dice el Papa Francisco en Laudato si, habrá que interpelar a los creyentes a ser coherentes con su propia fe y a no contradecirla con sus acciones. Habrá que reclamarles que vuelvan a abrirse a la gracia de Dios y a beber en lo más hondo de sus propias convicciones sobre el amor, la justicia y la paz.