Taylor Swift, signo de los tiempos - Alfa y Omega

Taylor Swift, signo de los tiempos

Me parece bien que los swifties expresen su pasión. Incluso siento una extraña simpatía por ellos. No vale meter este fenómeno en el cajón de las excentricidades y luego decir que los jóvenes no se interesan por la política y que ha pasado no sé qué en TikTok

Teo Peñarroja
Foto: Reuters / Juan Medina.

Lo de Taylor Swift la semana pasada en Madrid era de no creer. Reunió a más de 120.000 personas en el nuevo Santiago Bernabéu en los conciertos del miércoles 29 y el jueves 30 de mayo. La cifra es asombrosa. Puede ser que a usted, como a mí, no le interese demasiado el trabajo de esta artista —yo la dejé al transitar de la adolescencia a la edad adulta, pero antes escuché unas cuantas veces Love Story—. Sin embargo, pienso que sería un error tachar a esa muchedumbre de swifties de fans chalados. Creo que es un fenómeno complejo al que merece la pena acercarse. La revista Time, una de las más conocidas del mundo, la nombró persona del año en 2023, ¡por segunda vez! Sam Jacobs, director de Time, explicó que «en un mundo dividido donde demasiadas instituciones están fallando, Taylor Swift ha encontrado la manera de cruzar fronteras y ser una fuente de luz. Nadie más en el planeta, a día de hoy, puede mover tan bien a tanta gente».

La semana pasada, de hecho, cantaron y bailaron las mismas canciones antagonistas como Óscar Puente y Cayetana Álvarez de Toledo, por citar algunos de los políticos que asistieron al concierto. También Yolanda Díaz, Reyes Maroto o Juan Lobato. Me dirán que bueno, que está bien, es una frivolidad: también esas personas tienen en común que beben agua, por ejemplo. Pero Taylor Swift, con sus 14 Grammys, es una potencial bomba de relojería política. Para que se hagan una idea de la importancia de su persona en Estados Unidos, deben saber que es la figura pública mejor valorada —un 40 % de los electores del país tienen una visión positiva de ella, según un sondeo de la NBC—, muy por encima de cualquier político. Y uno de cada dos estadounidenses se reconoce fan de Swift, según un estudio de Morning Consult.

Taylor Swift es una mujer de pueblo —de Wyomissing, Pensilvania— que usa sombreros de cowboy y botas vaqueras cuando sube con su guitarra al escenario a hacer country. Podría ser un modelo fácilmente idealizable para el ala conservadora del país, si no fuera porque, cuando se ha pronunciado políticamente sobre un asunto, ha sido a favor de candidatos demócratas. Muchos analistas políticos ven en ella, con temor o esperanza, según el caso, a una gamechanger, acaso la persona que puede evitar que Donald Trump vuelva a la Casa Blanca.

Por lo tanto, la foto que nos ocupa no es como una de aquellas imágenes de frikis que van al estreno de una película ataviados con sus más rocambolescas galas. Tener en el centro de Madrid a decenas de miles de personas vestidas como un cruce entre John Denver y Barbie nos habla, entre otras muchas cosas, de un mundo global en el que una cantante afincada en Tennessee puede despertar más furor en Cuenca que ningún artista local. No digamos ya políticos o pensadores.

Me parece muy bien, por supuesto, que todos los fans de Swift, los swifties, vivan su vida y expresen su pasión como más conveniente les parezca. Incluso siento una extraña simpatía por ellos, a pesar de sus trajes raros. Lo que quiero decir es que no vale meter este fenómeno en el cajón de las excentricidades del artisteo y luego decir que los jóvenes no se interesan por la política y que ha pasado no sé qué en TikTok. Los tiempos cambian y Taylor Swift es un signo de los tiempos.

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