Cuando retirarse es ganar
Para los legos, la retirada de un deportista que solo ha dado titulares por su buen juego puede pasar desapercibida si no fuera porque destila una pequeña historia humana, que también las hay en el fútbol
En una era en la que impera la mediocridad, saber retirarse a tiempo es casi nadar contra marea. Hay miles de fórmulas para seguir aprovechando el tirón, intentar alargar el éxito, rentabilizar la fama o explotar la popularidad. Lo vemos cada día en nuestra clase política, aupada por eso que el periodista y escritor Pedro García Cuartango define como «mecanismos de selección adversa», que llevan a perpetuarse en la primera línea a los que, a pesar de su falta de preparación o incompetencia, siguen haciendo de la política su único modo de vida. Y también en algunos deportistas, incapaces de asumir que hay un nivel de rendimiento que tiene fecha de caducidad.
Sin embargo, esta semana uno de los jugadores más destacados del fútbol mundial, el jugador del Real Madrid Toni Kroos, daba una lección de inusitada coherencia y valentía al cumplir con la palabra repetida a su afición y a su club desde hacía casi una década: que se retiraría del fútbol antes de que el fútbol le retirara definitivamente a él.
A sus 34 años, se encuentra en la plenitud de su fuerza física. Dicen los entendidos que su estilo es al fútbol como el de Federer al tenis: fino y elegante, preciso y respetuoso, de mente y sangre frías, bajo cuya batuta se reparte el juego. Un jugador con un comportamiento ejemplar dentro y fuera del campo y en cuyo historial no se conocen ni conflictos ni aspavientos; un alemán de carácter «atérmico», como le califican, amigo de la tranquilidad y las rutinas, del que cuentan que siempre hace el mismo recorrido para llegar a la ciudad deportiva; que, ajeno a la evolución de las marcas, se ha mantenido siempre fiel a su estilo de botas y que su lugar favorito en Madrid ha sido siempre su casa, junto a los suyos.
Por eso, cuando, minutos antes de pitar el que sería el último partido de su vida en el Santiago Bernabéu, el centrocampista se despedía de un estadio y una afición puesta en pie, fue en el abrazo a su familia donde Kroos se rompió. «He estado fuerte hasta el momento en que he visto a mis niños», declaraba él mismo tratando de mantener la compostura.
Para los legos en fútbol, la trayectoria y la retirada de un deportista que solo ha dado titulares por su buen juego puede pasar desapercibida, si no fuera porque lo que destila el fondo de esta noticia es una pequeña historia humana, que también las hay en el fútbol, aunque esté rodeado, en muchos casos, de fanatismo y estridencias. Su despedida no es solo el adiós a un gran futbolista, sino también el reconocimiento a una acción de humildad, integridad y coherencia.
El sábado, en las inmediaciones del estadio, entre el verde salpicado de las camisetas de los béticos, destacaba el blanco con el número 8. No era un partido decisivo, nadie ganaba ni perdía, deportivamente no había nada en juego… Por eso, para los madridistas, y, por qué no, también para los béticos, la cita era sobre todo la despedida del portador de esa camiseta, un jugador difícilmente reemplazable. La entrada y, sobre todo la salida, fue una sucesión de ovaciones, de aplausos, de «no te vayas», de «gracias, leyenda». Para mí, lo más emocionante de los casi 20 minutos de homenaje fue el abrazo de Toni Kroos a sus hijos pequeños bañados en lágrimas, llorando al ver a su padre llorar mientras su nombre era coreado por 80.000 voces, sin ser conscientes, quizá, de que, con esa despedida, serán probablemente ellos quienes más ganen y de que, de esa temprana retirada, en lo más alto de su carrera profesional, ya ha nacido un mito. La historia está llena de grandes personajes que supieron parar antes de que el poder, la fama o la decadencia les corrompieran. Hasta para la victoria hay que saber decir adiós.