Agarrando al hijo amado, lo mataron y lo arrojaron fuera de la viña - Alfa y Omega

Agarrando al hijo amado, lo mataron y lo arrojaron fuera de la viña

Lunes. Santos Carlos Lwanga y compañeros, mártires / Marcos 12, 1-12

Carlos Pérez Laporta
'Parábola de los viñadores homicidas'. Domencio Fetti. Currier Museum of Art, Manchester (New Hampshire)
Parábola de los viñadores homicidas. Domencio Fetti. Currier Museum of Art, Manchester (New Hampshire).

Evangelio: Marcos 12, 1-12

En aquel tiempo, Jesús se puso a hablar en parábolas a los sumos sacerdotes, a los escribas y a los ancianos:

«Un hombre plantó una viña, la rodeó con una cerca, cavó un lagar, construyó una torre, la arrendó a unos labradores y se marchó lejos. A su tiempo, envió un criado a los labradores, para percibir su tanto del fruto de la viña. Ellos lo agarraron, lo azotaron y lo despidieron con las manos vacías. Les envió de nuevo otro criado; a éste lo descalabraron e insultaron. Envió a otro y lo mataron; y a otros muchos, a los que azotaron o los mataron. Le quedaba uno, su hijo amado. Y lo envió el último, pensando “Respetarán a mi hijo”.

Pero los labradores se dijeron:

“Éste es el heredero. Venga, lo matamos, y será nuestra la herencia”. Y, agarrándolo, lo mataron y lo arrojaron fuera de la viña.

¿Qué hará el dueño de la viña? Vendrá, hará perecer a los labradores y arrendará la viña a otros.

¿No habéis leído aquel texto de la Escritura: “La piedra que desecharon los arquitectos es ahora la piedra angular. Es el Señor quien lo ha hecho, ha sido un milagro patente”?».

Intentaron echarle mano, porque comprendieron que había dicho la parábola por ellos; pero temieron a la gente, y, dejándolo allí, se marcharon.

Comentario

La tentación del poder consiste en suplantar la libertad, en lugar de ayudarla a crecer (que es en lo que consiste la autoridad). Se trata por tanto de ejercer el poder absoluto, en lugar de usar el poder en la medida que Dios lo ha dado junto con la libertad: «Este es el heredero. Venga, lo matamos y será nuestra la herencia». La motivación no tiene por qué ser maliciosa. La mayoría de las veces el poder trata de suplantar a Dios porque cree poder hacerlo mejor que Él. Cree poder hacer más bien a más gente:

«Ponías la libertad por encima de todo, —dice el Gran Inquisidor de Dostoyevski a Jesús—, cuando, si hubieras consentido en tornar panes las piedras del desierto, hubieras satisfecho el eterno y unánime deseo de la Humanidad; le hubieras dado un amo. […] Nosotros amamos a esos pobres seres, que acabarán, a pesar de su condición viciosa y rebelde, por dejarse dominar. Nos admirarán, seremos sus dioses, una vez que carguemos sobre nuestros hombros la carga de su libertad, una vez que hayamos aceptado el cetro que nos ofrecerán (¡tanto será el miedo que la libertad acabará por inspirarles!). Y reinaremos en tu nombre, sin dejarte acercar a nosotros. Esta impostura, esta necesaria mentira, constituirá nuestra cruz» (Los hermanos Karamazov).

Es misma tentación se repite en la Iglesia. Siempre que hay una autoridad vertical, la tentación de suplantar a Dios para arrebatar el don la libertad para hacer el bien permanece. De padres a hijos, de sacerdotes a fieles, de obispos a sacerdotes… Pero en la Iglesia el poder es para servir.