De Madrid a Costa Rica, una familia misionera
Rosa, Edu y sus hijos viven en una zona muy deprimida de Costa Rica. Con más familias, han creado una comunidad que en su día a día lleva el amor de Dios a los alejados
De un día para otro, las lluvias torrenciales han llegado a Los Guido (Costa Rica). «Hemos pasado de vivir en el polvo del desierto del Sáhara a comprar botas de agua de golpe para todos los niños». Rosa Lobo (43 años); su marido, Edu, y sus siete hijos son familia misionera, una inquietud que llevaban en el corazón desde jóvenes. Ambos madrileños, «nos conocimos en unas misiones universitarias» y «nos enamoramos» de esa Iglesia «que sale de sí misma». Se casaron con «un anhelo de entrega muy grande» y el segundo año de matrimonio se fueron a la India. Rosa estaba embarazada de su primer hijo. Había ratas por las calles; una pobreza extrema. Estaba todo por hacer. «Pero fuimos inmensamente felices». Salieron con la convicción de que «como misioneros, no somos ejemplo de nada, sino testimonio de un amor que hemos recibido» y de que «esto era lo que queríamos hacer el resto de nuestra vida».
Para no dejarse llevar por un impulso o un mero sentimentalismo, «decidimos volver a España y asentar la llamada, ver si este fuego no se apagaba, si la vida lo iba confirmando». Fueron ocho años en los que «Dios hizo un trabajo de preparación muy fuerte». Tiempo de poda, de purga. Tuvieron otros cuatro hijos (una de ellas, adoptada en Etiopía) y volvieron a sentir, como antes de casarse, «de una manera muy fuerte en los dos, que Dios quería algo». Así, desembarcaron en Costa Rica, donde había pequeñas comunidades de Schoenstatt. Durante seis años trabajaron en la pastoral juvenil. Pero siempre les volvía a resonar aquello que habían vivido en la India, «el servicio a los más pobres y el ir a los alejados por medio de la Iglesia-familia».
Cinco familias en la misión
«Un día, haciendo oración contemplativa con Edu, en silencio cada uno, los dos sentimos en el corazón que Dios nos pedía empezar una comunidad». Con el visto bueno del arzobispo de San José, José Rafael Quirós, empezaron a caminar ad experimentum. La Providencia les facilitó la compra de un terreno en Los Guido, con 30.000 habitantes en extrema pobreza y una situación delicada: «Hay muchísima droga, abuso sexual, alcoholismo… Pero dentro de la problemática, hay mucha luz». Como los 500 católicos que van a Misa los domingos.
Nació así, hace tres años, Ignis Mundi. «Se trata de llevar el amor de Dios a los más alejados por medio de una experiencia de familia; creemos que hay personas que tienen que pasar por una experiencia previa humana de amor para volver a la Iglesia». Para ello, «seguimos la estrategia de Jesús, que entra en contacto con la persona». Y por eso, «nosotros nos vamos a vivir allí; te haces vecino y proyectas otra manera de vivir». Por ejemplo, que «hay padres que no pegan a sus hijos». «Nuestra misión a veces es tomar un café». En la actualidad, hay 35 personas residiendo en la misión, entre ellas cinco familias, y en verano llegará una más. La vida de Ignis Mundi está apoyada en la oración personal, familiar y comunitaria —«el misionero que no reza acaba siendo un activista»—, y en la normalidad: las familias tienen sus casas de misión, sus trabajos, llevan a sus niños al colegio, por las tardes se juntan con los vecinos… El proyecto es construir 20 viviendas más de misioneros, una capilla, un centro de misión y formación, la Casa de Misión y terminar el área de deporte. «Toda ayuda es bienvenida, porque la necesidad es enorme», también de «misioneros temporales y formadores». «Vivimos día a día pero soñando en alto».