El Santo Padre en Pentecostés: «El cristiano no es prepotente, su fuerza es otra, la del Espíritu» - Alfa y Omega

El Santo Padre en Pentecostés: «El cristiano no es prepotente, su fuerza es otra, la del Espíritu»

En su homilía de la Misa en la basílica de San Pedro ha recordado que el Paráclito permite a los cristianos seguir «hablando de paz a quien quiere la guerra»

Ángeles Conde Mir
Francisco ha presidido la Misa por la solemnidad de Pentecostés en la basílica de San Pedro
Francisco ha presidido la Misa por la solemnidad de Pentecostés en la basílica de San Pedro. Foto: CNS / Lola Gómez.

Tras la intensa visita de este sábado a Verona, Francisco pareciera que no acusa el cansancio. Este domingo, a las 10 de la mañana, ha presidido la Misa por la solemnidad de Pentecostés en la basílica de San Pedro.

Francisco ha centrado su homilía en dos características del Espíritu Santo: la fuerza y la delicadeza. Estas cualidades están simbolizadas por los signos del viento y del fuego que, a su vez, se relacionan con el poder de Dios. «Y esto es importante, porque sin ese poder nosotros, solos, nunca podremos derrotar el mal», ha explicado el Santo Padre, insistiendo en que «con el Espíritu se puede vencer» cualquier tentación «porque nos da la fuerza para hacerlo». De lo contrario, estas pulsiones vuelven el corazón «árido, duro y frío». Pero el Espíritu «entra en nuestro corazón y lo vence todo», ha destacado el Papa.

Junto con esta fuerza, se encuentra la amabilidad. «El viento y el fuego no destruyen ni incineran lo que tocan: el primero resuena en la casa donde se encuentran los discípulos y el segundo se posa suavemente, en forma de llamas, sobre la cabeza de cada uno», ha recordado.

El Espíritu Santo nos da fuerza, es delicado y «nos unge» para «transmitir a los demás su experiencia de Jesús y la esperanza que los anima». Así, los cristianos pueden salir a anunciar el Evangelio como hicieron los apóstoles yendo «cada vez más lejos, no solo en sentido geográfico, sino también más allá de las barreras étnicas y religiosas, para una misión verdaderamente universal».

El Papa ha puntualizado que esa fuerza no se basa en «la prepotencia o las imposiciones» porque «el cristiano no es prepotente, su fuerza es otra, la fuerza del Espíritu». De esta forma, el cristiano no se rinde, sino que sigue hablando de paz «a quien quiere guerra; de perdón a quien siembra venganza; de acogida y solidaridad a quien cierra las puertas y levanta barreras; de vida a quien elige la muerte; de respeto a quien le gusta humillar, insultar y descartar; de fidelidad a quien rechaza todo vínculo y confunde la libertad con un individualismo superficial, opaco y vacío».

Ha destacado que este anuncio debe ser amable «para acoger a todos, a todos, a todos, buenos y malos. El Espíritu nos da la fuerza para continuar y llamar a todos. Nos da la amabilidad para acoger a todos». Sobre todo, porque todos «necesitamos esperanza, necesitamos elevar los ojos hacia horizontes de paz, de fraternidad, de justicia y de solidaridad».

El camino no es fácil y, a veces, es cuesta arriba, pero, «sabemos que no estamos solos; tenemos esta seguridad de que con la ayuda del Espíritu Santo, con sus dones, podemos recorrerlo juntos y hacerlo cada vez más transitable también para los demás», ha concluido el Papa.