Estamos más familiarizados con la migración de personas jóvenes, o, como la economía denomina, «en edad laboral productiva». Sin embargo, la movilidad de personas en edad avanzada está fuera de nuestro radar social y, por ende, de nuestra respuesta pastoral. No era consciente de este sector de la población hasta hace algunos años, cuando empecé a recibir personas adultas mayores y a adentrarme en una realidad que poco a poco va revelando demandas, «residencias de mayores» que no están pensadas y tal vez ni siquiera en el horizonte social.
Otro escenario que enfrentan es la salud. Las personas mayores que están regularizadas y que por su edad no pueden conseguir un contrato laboral «por tener más de 70 años» dejan de gozar de manera efectiva de la salud pública. Recordemos que esta «está vinculada a un contrato laboral» como un derecho real. Me explico mejor; no les niegan la atención médica en el centro de salud o en el hospital; solo que el servicio tiene coste, hay una factura que pagar. Así, la persona puede acumular una serie de facturas o verse obligada a contratar un servicio médico particular sí le es posible hacerlo. Pero cuando están solos, ¿cómo cubrir estos derechos privatizados? Una pregunta que se queda sobre la mesa para ser resuelta.
La situación se agudiza cuando se encuentran en situación migratoria irregular. Pienso en la persona que me orilló a escribir esta nota de opinión, por todas las condiciones que ella tiene para confirmar que, aun en la migración, hay poblaciones más vulneradas que otras. Con su rostro y su mirada hacia el piso, muy angustiada porque tenía que abandonar el recurso donde había permanecido ocho días, «tiempo establecido para una acogida de emergencia». Su preocupación era la misma que aquella persona joven que asociamos a la «edad laboral productiva»; necesito trabajar, cuidando adultos, de interna, lo que sea. Necesito trabajar, alquilar una vivienda… La escuchaba y en mi interior había tantos interrogantes para los países de acogida y de los que migran. Más allá de la angustia que penetraba en el alma, pensaba en ella como adulta mayor, pues es a ella a quien tendríamos que garantizar una vejez con paz, con derechos sociales que aseguraran otra etapa de su vida más segura y serena.