Dignidad infinita también para las personas con discapacidad
La italiana Paola Scarcella es la responsable de catequesis de Sant’Egidio para personas con discapacidad y fue una de las ponentes que presentó el nuevo documento de Doctrina de la Fe
«Toda persona, viva donde viva, nazca donde nazca, tenga la edad que tenga o de cualquier condición, partimos de la base de que es amada por Dios. Sea o no cristiano». La profesora universitaria Paola Scarcella es contundente al hablar de la dignidad de las personas con discapacidad. En la era de la cultura del descarte, como dice el Papa Francisco, surge la necesidad cada vez más imperante de visibilizarlas y valorarlas con un especial cariño. Esta profesora lo tiene claro: «La persona con discapacidad debe estar plenamente en el centro, tanto de la sociedad como de la Iglesia», afirma en conversación con Alfa y Omega. Ella fue una de las participantes en la mesa redonda en la que se presentó el pasado lunes, en la sala de prensa de la Santa Sede, el documento Dignitas infinita, una potente declaración sobre la dignidad humana elaborada durante cinco años por el Dicasterio para la Doctrina de la Fe.
Scarcella también es la responsable de catequesis para personas con discapacidad de la Comunidad de Sant’Egidio y lleva 70 años trabajando por la inclusión real de estas personas en la sociedad. Todo empezó con un puñado de niños que iban a las escuelas de paz de su comunidad. Como algunos de ellos tenían dificultades, empezaron a diseñar talleres especiales. «A medida que los íbamos conociendo, descubrimos también lo apartados que estaban. Los prejuicios, el aislamiento que muchas veces no se expresaba, la falta de escucha. En definitiva, un mundo interior desconocido y, por lo tanto, desatendido», cuenta. Fue a través del arte y la pintura como descubrieron que estos niños podían expresarse de otras formas y toda esa experiencia desembocó en un cambio de mirada; incluir a las personas con discapacidad en la comunidad y verlas como miembros de la familia. Esto también quiere decir preocuparse por su pensamiento, su futuro o su fe. Para Scarcella, «este ha sido siempre el enfoque de Sant’Egidio».
Sin embargo, no siempre ni en todos los lugares ha sido así. Según datos que recoge Naciones Unidas en 60 países, la tasa de desempleo entre las personas con discapacidad se encuentra en un 7,6 % frente al 6 % de las personas sin discapacidad. Unas barreras que son especialmente difíciles de superar por las mujeres, para las que cada vez es más complicado entrar en un mercado laboral salvaje. Pero la profesora Scarcella va más allá y apunta a una nueva mentalidad. «La gente suele pensar que no son personas productivas, cuando en realidad aportan grandes valores de comunicación, de relaciones, de simpatía… y la alegría con la que trabajan».
Frente a una sociedad cada vez más competitiva, donde se educa para ver al otro como un rival, las personas con discapacidad representan una pequeña revolución. La idea que tienen, no solo del trabajo sino en prácticamente todos los ámbitos de la vida, no es de confrontación, sino que ponen la mirada en el común, en el equipo, en alegrarse por los éxitos ajenos y en hacerlos colectivos. En palabras de Scarcella, «tienen la capacidad de disfrutar de algo que se hace en común. Esto, si lo pensamos, comparado con una sociedad individualista como la nuestra, es un valor añadido que no podemos menospreciar».
La nueva declaración presentada en el Vaticano, Dignitas infinita, se suma a una corriente que invita a contrarrestar esa marginación y opresión que en muchas ocasiones sufren las personas con discapacidad. «La cuestión de la imperfección humana tiene también claras implicaciones desde el punto de vista sociocultural, ya que estas personas a veces son tratadas como auténticos descartados», detalla el documento. Y llama a fomentar la participación «en la vida social y eclesial de todas aquellas personas que están marcadas por la fragilidad o la discapacidad».
La Iglesia, madre y maestra, reclama a gritos no dejar a un lado a los más débiles. Es más, insta a ponerlos en el centro y a acompañar su sufrimiento. «Cuidar la fragilidad quiere decir fuerza y ternura, lucha y fecundidad, en medio de un modelo funcionalista y privatista que conduce inexorablemente a la cultura del descarte», subraya el texto. Paola Scarcella, como tantas personas en todo el mundo, es un ejemplo que encarna todo esto. No solamente en su vida personal, sino también creando redes desde las que trabajar y reclamar que la dignidad no es negociable.
La Comisión Episcopal para la Evangelización, Catequesis y Catecumenado de la Conferencia Episcopal Española reúne el próximo sábado en Madrid a los responsables diocesanos para la discapacidad. Este encuentro pretende, entre otras cosas, poner en común iniciativas y proyectos de inclusión que estén poniendo en marcha en las diócesis. En el área dedicada a la discapacidad en la CEE llevan desde enero recopilando proyectos de buenas prácticas en diferentes ciudades.
Por ejemplo, a nivel diocesano se pretende que haya siempre una persona especializada para que las familias tengan un referente al que acudir. En ciudades como Madrid, Jerez de la Frontera o Santiago de Compostela, familias con miembros con discapacidad han diseñado materiales catequéticos propios que han publicado para que sean utilizados por todo el que lo necesite. Una parroquia de Tres Cantos (Madrid), organiza a jóvenes voluntarios para recoger a las personas con discapacidad en sus casas y acercarlas a los oficios religiosos. Grupos de sordos cristianos transmiten la fe con lengua de signos en las redes sociales y ya se están acondicionando numerosos templos para personas con dificultades físicas. Todo esto concreta el camino de la Iglesia por una inclusión real.