La muerte no es la última palabra
Son tiempos oscuros, pero no podemos caer en la desesperanza, decía Pezzi a las puertas de la Semana Santa. En efecto, si hay algo que los cristianos vivimos estos días es que el Amor es mucho más fuerte. Ojalá la Resurrección traiga consigo la Luz en un mundo lleno de sombras
Rusia vive estos días el duelo por el terrible atentando en la sala conciertos del Crocus City Hall, que se ha llevado por delante la vida de unas 140 personas y ha causado otros tantos centenares de heridos. A las imágenes difundidas por los propios terroristas les sobra crudeza, pese a los intentos de los medios y las redes sociales de eliminar los detalles más duros de la mayor masacre terrorista sufrida en este país en dos décadas, tras la matanza en Beslán del año 2004.
Banderas a media asta con crespones negros; cines, teatros y polideportivos cerrados en el día declarado de luto oficial; televisiones con la programación alterada y enormes velas sobre fondo negro con el lema Lloramos, 22.03.2024 colocadas en sustitución de los carteles publicitarios se sucedían estos días, mientras los mismos rusos que hacían cola una semana antes para ir a votar se arremolinan en las inmediaciones del Crocus para rezar y llorar a los muertos.
«No hay consuelo»; «el dolor es terrible»; «no son personas, son animales». Los mensajes de consternación y solidaridad no han cesado, mientras continúan los trabajos de desescombro para encontrar más víctimas, la mayoría de ellas fallecidas por el incendio provocado por los propios terroristas. Una tragedia que ha alcanzado a numerosas regiones de Rusia, ya que Piknik, el mítico grupo de rock ruso que actuaba ese fatídico viernes, había conseguido vender hasta 6.000 entradas.
Hasta el momento, lo único oficial sobre la autoría es que detrás de ella está el grupo terrorista ISIS-K, que tiene a Rusia entre sus principales objetivos, tanto por su colaboración con Siria como por su «política antimusulmana».
Sin embargo, pese a la confesión del propio grupo terrorista, de la detención de los principales sospechosos —que comparecieron ante los juzgados con signos de haber sido torturados— y los numerosos avisos por parte de las inteligencias de EE. UU., Alemania y Reino Unido sobre la inminencia de un ataque de estas características, Putin sigue empeñado en vincular el atentado con Ucrania para justificar así su ofensiva contra este país y su amenaza al resto de Europa. Una estrategia más de propaganda del régimen, que lleva años desmantelando la conversación pública y la capacidad crítica de la sociedad rusa, imposibilitada para votar en libertad porque los principales opositores están exiliados, presos o silenciados. De esta manera, el duelo nacional por los muertos ha quedado enturbiado por los intentos del Kremlin de dominar el relato y de alimentar un argumentario que le permita mantener la idea de que la población rusa apoya la guerra.
Pero lo cierto es que, como denuncian los propios corresponsales en Rusia, cada vez es más difícil conocer qué ocurre en el país fuera de los cauces de información oficiales o de canales como Telegram, ya que los medios independientes han sido eliminados o expulsados, como le ocurrió al periodista de El Mundo Xavier Colás hace unos días. «Un corresponsal tiene que ser alguien que escribe sin miedo sobre el gobierno como si el gobierno no le vigilase y que al mismo tiempo escribe con cuidado sobre gente corriente como si de verdad pudiesen leerle al día siguiente. Nunca al revés», decía en su perfil de X. Y para esa gente corriente, probablemente, lo que acabe quedando de la masacre sea más munición para una guerra cuyo final parece cada vez más lejano y más tensión ante el estallido de un conflicto bélico mundial.
Juan Pablo II, en su mensaje por la paz del año 2002, el primero tras los ataques a las Torres Gemelas de Nueva York, hablaba del terrorismo como un mal «que nace del odio y engendra aislamiento, desconfianza y exclusión», que desprecia la vida, que está movido por un instinto de muerte y ante el que solo caben la defensa, el derecho y la colaboración internacional. Defendía el derecho de los estados a defenderse, pero también el perdón como una vía fundamental para una paz que cada vez tiene menos puertas abiertas.
Son tiempos oscuros, pero no podemos caer en la desesperanza, decía el arzobispo de la Madre de Dios en Moscú, Paolo Pezzi, a las puertas de la Semana Santa. En efecto, si hay algo que los cristianos vivimos estos días es que la muerte no es la última palabra y que el Amor es mucho más fuerte. Ojalá la Resurrección traiga consigo la Luz en un mundo lleno de sombras.