Una historia de esperanza escondida en las montañas de Marruecos
Cuatro familias españolas viajaron en diciembre a Marruecos y conocieron a Ilyas, de cinco años y con displejia espástica. Lo acogieron en su casa «como a un hijo» y se encuentra en rehabilitación en Madrid
La aldea de Ilyas es pequeña y remota. Está en mitad de las montañas del Atlas marroquí, donde poco más de 100 familias viven en cuevas y sin electricidad. Eso sí, con escuela y mezquita. Aquel día de diciembre, cuatro todoterrenos aparcaban allí. Era la familia de Jaime con otros cuantos amigos y sus familias que, gracias al colegio Josep Tarradellas de Madrid, habían logrado recoger más de 1.000 juguetes y se disponían a repartirlos entre los niños.
Inmediatamente todos los críos corrieron emocionados hacia ellos. Todos menos uno. Ilyas no podía andar, estaba tumbado, con las piernas rígidas e incapaz de doblarlas. De 5 años, el niño de ojos grandes y negros captó la atención de la española Marta, de 7 años, cuyo padre asegura que «tiene una sensibilidad especial». Y en un momento se juntaron Ana, la madre de la Marta, y Saida, la madre de Ilyas. Un puñado de mujeres católicas y musulmanas que, sin ni siquiera hablar el mismo idioma, se comunicaron en el lenguaje del amor creando un ambiente de confianza. Saida les pidió si podían ayudar a su hijo. Esa noche, en el tradicional fuego de campamento que hacían estas familias españolas, hablaron sobre él. Sobre su situación, sobre su futuro. Sobre cómo podían ayudarle, aunque, asegura Jaime, «parecía imposible». A través de una videollamada con la directora general de la Fundación Dacer, el niño fue diagnosticado con displejia espástica, un tipo de parálisis cerebral infantil, probablemente a consecuencia del parto, y que se caracteriza por la pérdida de fuerza en las extremidades inferiores.
A pesar de que el término no les sonaba familiar, los médicos le aseguraron a la familia de Ilyas que ese diagnóstico «era muy bueno porque tenía solución. En España podíamos hacer que volviera a caminar», afirma Jaime. Un pequeño milagro.
Jaime llevaba mucho tiempo yendo a Marruecos y, a raíz del dramático terremoto de septiembre de 2023 en el que murieron casi 3.000 personas, decidió que «tenía que ayudar en lo que pudiese». Reunió a un puñado de amigos y se fueron a repartir 300 tiendas de campaña a las familias más necesitadas. «Nos quedamos muy impactados con el agradecimiento», conversa con Alfa y Omega. Así fue como volvieron meses después y conocieron al pequeño Ilyas.
Ya en España, el niño fue alojado en casa de Saúl y Ana. Un matrimonio católico que, junto a sus dos hijos, no dudaron en acogerle como uno de la familia. «Para nosotros es un hijo más que nos ha venido dado, queriéndole y cuidándole. Es un regalo», asegura Saúl. Con el niño vinieron también su padre Hammou e Ibrahim Boughrara, un traductor de bereber de 25 años que estudió filología inglesa y hace de intermediario para poder comunicarse aquí. Todas las mañanas, los tres van juntos a la rehabilitación de Ilyas en la Fundación Dacer, especializada en daño cerebral. A través de un intenso tratamiento de neurorrehabilitación de 8 horas al día han conseguido que dé sus primeros pasos con ayuda de un andador. Muy lentamente, pero él solo y de forma segura. Otro pequeño milagro.
El niño no ha faltado ni un solo día y el objetivo es que cada vez sus músculos puedan estar menos rígidos y adquieran más movilidad. «Un tratamiento», asegura Jaime, «que es muy costoso porque puede alcanzar 7.000 € en los tres meses que Ilyas estará en España». De hecho, las cuatro familias españolas han impulsado una campaña de recaudación de fondos, que aún sigue abierta, para sufragar los gastos.
A Saúl y Ana, cristianos comprometidos, les emociona ver cómo el pequeño habla por videollamada con su madre desde Marruecos. Y con sus abuelos, y tíos, y primos, y vecinos, porque todo el mundo quiere verle. «Es precioso verlos compartir los logros que va consiguiendo. La cara de ilusión cuando le ven de pie. ¡Estos padres pensaban que su hijo jamás volvería a caminar y lo están viendo de pie!», cuenta Saúl.
Pero en dos meses Ilyas tendrá que volver a Marruecos y a su aldea tan empobrecida. La familia de acogida asegura que cuando llegue ese momento «lloraremos mucho porque sentiremos que se va un hijo», pero también darán gracias a Dios por todo el tiempo que han pasado juntos.
«Vemos al Señor en ese niño y en ese padre», Saúl y Ana cuentan que no se sienten haciéndole un favor a nadie, es más, se consideran unos afortunados «porque estamos aprendiendo a ayudar a los demás y a vivir la fe. Ilyas es también un ejemplo para nuestros hijos».
«Cuando nos dijeron que su enfermedad tenía tratamiento» dice conmovido Saúl, «el Evangelio de aquel día era “Elías el que ha de venir”, ¿no es impresionante?». Al fin y al cabo, son los pequeños milagros los que sostienen la esperanza.