El que no está conmigo está contra mí - Alfa y Omega

El que no está conmigo está contra mí

Jueves de la 3ª semana de Cuaresma / Lucas 11, 14-23

Carlos Pérez Laporta
Foto: Freepik.

Evangelio: Lucas 11, 14-23

En aquel tiempo, estaba Jesús echando un demonio que era mudo.

Sucedió que, apenas salió el demonio, empezó a hablar el mudo. La multitud se quedó admirada, pero algunos de ellos dijeron: «Por arte de Belzebú, el príncipe de los demonios, echa los demonios».

Otros, para ponerlo a prueba, le pedían un signo del cielo. Él, conociendo sus pensamientos, les dijo:

«Todo reino dividido contra sí mismo va a la ruina y cae casa sobre casa. Si, pues, también Satanás se ha dividido contra sí mismo, ¿cómo se mantendrá su reino? Pues vosotros decís que yo echo los demonios con el poder de Belzebú. Pero, si yo echo los demonios con el poder de Belzebú, vuestros hijos, ¿por arte de quién los echan? Por eso, ellos mismos serán vuestros jueces. Pero, si yo echo los demonios con el dedo de Dios, entonces es que el reino de Dios ha llegado a vosotros.

Cuando un hombre fuerte y bien armado guarda su palacio, sus bienes están seguros, pero, cuando otro más fuerte lo asalta y lo vence, le quita las armas de que se fiaba y reparte su botín.

El que no está conmigo está contra mí; el que no recoge conmigo desparrama».

Comentario

Con «el dedo de Dios» fueron escritos los mandamientos en piedra: «Después de hablar con Moisés en el monte Sinaí, le dio las dos tablas del testimonio, tablas de piedra, escritas por el dedo de Dios» (Ex 31, 18).

Ahora Jesús expulsa «los demonios con el dedo de Dios». Lo hace escribiendo la voluntad de Dios en nuestros corazones de piedra. Cuando a Jesús le trajeron a aquella adúltera, «inclinándose, se puso a escribir con el dedo» (Jn 8, 6). Jesús lleva a su plenitud la ley porque modela nuestros corazones empecatados a imagen de la voluntad divina. Mientras la ley permanecía fuera de nuestra alma se presentaba como una imposición externa. No cumplimos la ley cuando nos resulta ajena, contraria a nuestros deseos y a nuestra felicidad. Si la voluntad divina que sale de la boca de Dios no enlaza con nuestro interior, sospechamos de Dios y actuamos según nuestros criterios: «Caminaron según sus ideas, según la maldad de su obstinado corazón» (Jer 7, 24; 1ª L). Pues nunca actuamos solos, la acción humana inmanente siempre depende de lo sobrenatural. Y ese espacio interior que no llenaba la gracia de Dios, lo llena el maligno: «En toda acción y obra del hombre», escribió Bergamín, «Dios pone siempre la mitad. O no la pone y tiene que ponerla el diablo».

Por eso, dice Jesús, «el que no está conmigo está contra mí; el que no recoge conmigo desparrama». Estar con Él o no estar con Él es la medida de nuestra fe. Estar con Él, ser suyos porque nuestra alma le pertenezca. Si el Señor conquista nuestro corazón —«lo asalta y lo vence»— es porque la ley deja de ser algo que esté fuera de nosotros, a lo cual debemos obedecer a ciegas. Así expulsa nuestros demonios. Estar con Dios es dejar que Jesús escriba paulatinamente la ley en nuestro interior y nos haga según su voluntad, que nos haga suyos.