Nadie es profeta en su tierra - Alfa y Omega

Nadie es profeta en su tierra

Lunes de la 3ª semana de Cuaresma / Lucas 4, 24-30

Carlos Pérez Laporta
'Jesús enseñando en el templo, sinagoga'. Obra de la artista Paula Nash Giltner
Jesús enseñando en el templo, sinagoga. Obra de la artista Paula Nash Giltner. Ilustración: Good News Productions International and College Press Publishing / freebibleimages.com.

Evangelio: Lucas 4, 24-30

Habiendo llegado Jesús a Nazaret, le dijo al pueblo en la sinagoga:

«En verdad os digo que ningún profeta es aceptado en su pueblo. Puedo aseguraros que en Israel había muchas viudas en los días de Elías, cuando estuvo cerrado el cielo tres años y seis meses y hubo una gran hambre en todo el país; sin embargo, a ninguna de ellas fue enviado Elías sino a una viuda de Sarepta, en el territorio de Sidón. Y muchos leprosos había en Israel en tiempos del profeta Eliseo, sin embargo, ninguno de ellos fue curado sino Naámán, el sirio».

Al oír esto, todos en la sinagoga se pusieron furiosos y, levantándose, lo echaron fuera del pueblo y lo llevaron hasta un precipicio del monte sobre el que estaba edificado su pueblo, con intención de despeñarlo.

Pero Jesús se abrió paso entre ellos y seguía su camino.

Comentario

También hoy nos dice Jesús a nosotros que «ningún profeta es aceptado en su pueblo». Como Iglesia somos el pueblo de Dios. Somos su pueblo y ovejas de su rebaño. Pero lo somos en camino. Si para nosotros Él es uno de los nuestros hasta el punto de no representar en absoluto ninguna novedad, si sus enseñanzas y su persona forma parte de lo que ya sabemos y tenemos controlado, entonces Jesús no puede ser aceptado como profeta entre nosotros. Si escuchamos el Evangelio pensando que es lo mismo de siempre y la conversión cuaresmal es una exageración cultual, que nada tiene que ver con nuestra vida, entonces Jesús no puede cambiar nuestras vidas. Su muerte y su resurrección quedarán domesticadas dentro de nuestras categorías culturales y morales.

Por eso, la Cuaresma exige que consideremos nuestros pecados; esto es, aquella parte de nosotros que se resiste a Cristo. Es desde esa parte de nuestra humanidad vetusta que Cristo es siempre profeta y siempre constituye una novedad. Cristo es lo que siempre falta a nuestra vida. Él es nuestro y nosotros suyos, pero todavía no ha llegado a ser todo para nosotros ni nosotros hemos llegado a pertenecerle del todo.