El arma de Chagall contra los horrores del siglo XX
A través de su arte y en concreto mediante personajes como Abraham o Moisés, el pintor nos sigue llamando al diálogo, a la comprensión y a la reconciliación
Marc Chagall (Vítebsk, Bielorrusia, 1897- St. Paul de Vence, Francia, 1985) quizá sea uno de los artistas contemporáneos más complejos a la hora de adscribirlo en las vanguardias europeas de la primera mitad del siglo XX. Así lo constata la exposición Chagall: Un grito de libertad, de la cual podemos disfrutar hasta el 5 de mayo en la Fundación Mapfre de Madrid.
En efecto, la libertad creativa del genial bielorruso le impediría alistarse o participar en ningún -ismo. Sin embargo, los óleos, dibujos y bocetos reunidos en la presente muestra destilan una personal asimilación de todas aquellas corrientes que conoció a lo largo de su sempiterna diáspora, como el fovismo, el cubismo y, en especial, el surrealismo, tan recurrente en su peculiar imaginario, protagonizado por esos insólitos personajes que sobrevuelan los paisajes agrestes y urbanos soñados, anhelados y reinterpretados por el autor. Es en este ámbito donde los animales —cabras, vacas, gallos—, en ocasiones proyectados como su alter ego, conviven en unas escenas fantásticas, oníricas, incluso infantiles, con la iconografía cristiana; amén, claro está, de la tradición judía en la que Chagall se educó —e identificó— desde muy niño. Aquellos paradigmas religiosos, antropológicos, incluso reivindicativos en años tan adversos para el judaísmo como los que le tocó vivir, se patentizan no solo en su catálogo pictórico, sino también en los escritos biográficos —la mayoría inéditos— compendiados por las comisarias de la exposición, Meret Meyer y Ambre Gauthier.
A través de un recorrido cronológico, los diferentes apartados de la exhibición nos descubren a Chagall como un símbolo, víctima de una Europa convulsa. No obstante, su ciudad natal y el aludido contexto religioso y sus respectivas tradiciones se transformarían en el hilo conductor de su idiosincrasia, a modo de anclaje personal y espiritual; más allá de sus dramáticas circunstancias, más allá de sus exilios, de ese peregrinaje —Rusia, Alemania, Francia, Tierra Santa, Estados Unidos— que fue capaz de transformar en testimonio estilístico y temático, hallando en su pintura un remanso de paz y armonía, de solidaridad, de ilusión y de utopía. Estas fueron únicamente las humanas —y humanistas— armas con las que Chagall se enfrentaría a las dos guerras mundiales, además de a las diferentes persecuciones religiosas y el antisemitismo que también padeció.
Cristo con taled
Entre otras inquietudes iconográficas, la exposición de la Fundación Mapfre nos revela la importancia del autorretrato en el quehacer de Chagall. En este género continuamente se representaba cual sempiterno joven, definiendo así un concepto temporal más allá de su aquí y de su ahora. No podemos obviar el compromiso de Chagall con su pueblo y su implicación social frente al antisemitismo, que denunció reiteradamente. No es extraño, pues, que en su trayectoria se repita la imagen de rabinos abrazando la Torá. Curiosamente, desde esta perspectiva es como hemos de glosar los crucificados que inspiraron su arte a partir de la década de los 40. Cristo, cubierto significativamente por un taled —manto de oración judío—, es metáfora del dolor, de la injusticia y la angustia del pueblo judío. En su inclasificable universo icónico, junto a la cruz Chagall aúna personajes e historias del Antiguo Testamento.
Precisamente, diferentes capítulos veterotestamentarios son los encargados de cerrar esta exposición. A través de ellos el pintor se enarbola como arquetipo de la paz y la reconciliación. En efecto, quien conoció en primera persona tantos genocidios, persecuciones, muertes y desolaciones, se trocaría en el abanderado de un discurso que planteaba el diálogo y el perdón como únicas vías para el entendimiento en la compleja Europa de posguerra a mediados del siglo XX.
Múltiples encargos demandados por diferentes instituciones internacionales —vidrieras, murales, etc.— quisieron identificar y proyectar en Chagall un ejemplo edificante de quienes resistieron el exilio, la guerra y el odio. A través de su arte, en concreto mediante personajes como Abraham o Moisés, Chagall nos sigue llamando al diálogo, a la comprensión y, sobre todo, a la reconciliación.
En definitiva, los cuadros que encaminan esta exposición nos revelan a ese Chagall que tanto padeció, pero quien tuvo la capacidad de sobreponerse, haciendo del arte su tabla de salvación y fortaleza. Encontró en la pintura su anhelada armonía y su añorada realidad, habitada por animales naif, por hombres y mujeres voladores que pululan sobre unos paisajes agrestes y urbanos tan idealizados como poéticos. Por todo lo cual, a tenor de los dramáticos momentos que vivimos, esta exhibición de la Fundación Mapfre, en colaboración con La Piscine – Musée d’Art et d’Industrie André-Diligent, Roubaix, y el Musée National Marc Chagall de Niza, se nos antoja especialmente oportuna y certera.