Giovanni María Mastai Ferretti, nombre en el mundo del beato Pío IX, nació en Senigallia (Italia) el 13 de mayo de 1792 en el seno de una familia de rancio abolengo. Alumno brillante a la par que dotado de una profunda fe, estaba aquejado, sin embargo, de una frágil salud que le obligó a interrumpir con veinte años de edad su formación académica. Se fue curando gracias a su invocación a Nuestra Señora de Loreto. Durante esos años, conoció a San Vicente Pallotto, que le anunció que llegaría a ser Papa.
Antes, tenía que consolidar su vocación eclesiástica, que culminó con su ordenación sacerdotal en 1819. Cuatro años después, vivió brevemente en Chile acompañando al nuncio apostólico. De vuelta a Italia, le fue encomendada la gestión del Hospicio de San Miguel. Ahí estaba cuando, a la edad de 35 años, León XII le nombró obispo de Spoleto; en 1842 asumió la diócesis de Imola. Pastor, brillante con solo 48 años fue nombrado cardenal; y apenas cumplió medio siglo de edad, fue elegido Papa.
En el orden temporal, impulsó, en los Estados Pontificios, varias reformas institucionales y económicas -los primeros ferrocarriles, por ejemplo- y estableció una amplia libertad de prensa. Asimismo, restableció la jerarquía católica en Inglaterra y firmó concordatos con varios países -entre ellos, España-.
En contra de la fama de la que sigue gozando en determinados sectores intelectuales y de la opinión pública, no era un hombre cerrado. Sin ir más lejos, entendió el movimiento unificador de la península italiana. Pero no estaba dispuesto a claudicar a cualquier precio: por eso, después de la revolución de 1850 —que le derrocó temporalmente— empezó a desconfiar de las ideas liberales; más cuando las pretensiones de los Saboya se hacían cada vez más abusivas. Por eso resistió todo lo que pudo y, una vez caída Roma, no aceptó la imposición unilateral de la Ley de Garantías. Prefirió permanecer preso en el Vaticano.
En el orden espiritual, proclamó, en 1854, el dogma de la Inmaculada Concepción; condenó los errores del modernismo en la encíclica Quanta Cura y en el Syllabus; por último, convocó en 1870 en Concilio Vaticano I, en el que se proclamó el dogma de la infalibilidad pontificia en materia de fe y costumbres. Murió en el Vaticano el 7 de febrero de 1878 y fue beatificado por San Juan Pablo II el 3 de septiembre del 2000.