Espíritu inmundo, sal de este hombre - Alfa y Omega

Espíritu inmundo, sal de este hombre

Lunes de la 4ª semana del tiempo ordinario / Marcos 5, 1-20

Carlos Pérez Laporta
'Curación de un endemoniado'. Jan van’t Hoff
Curación de un endemoniado. Jan van’t Hoff. Foto: Jan van’t Hoff / Gospelimages.com.

Evangelio: Marcos 5, 1-20

En aquel tiempo, Jesús y sus discípulos llegaron a la otra orilla del mar, a la región de los gerasenos.

Apenas desembarcó, le salió al encuentro, de entre los sepulcros, un hombre poseído de espíritu inmundo. Y es que vivía entre los sepulcros; ni con cadenas podía ya nadie sujetarlo; muchas veces lo habían sujetado con cepos y cadenas, pero él rompía las cadenas y destrozaba los cepos, y nadie tenía fuerza para dominarlo. Se pasaba el día y la noche en los sepulcros y en los montes, gritando e hiriéndose con piedras. Viendo de lejos a Jesús, echó a correr, se postró ante él y gritó con voz potente:

«¿Qué tienes que ver conmigo, Jesús, Hijo de Dios altísimo? Por Dios te lo pido, no me atormentes». Porque Jesús le estaba diciendo:

«Espíritu inmundo, sal de este hombre». Y le preguntó:

«¿Cómo te llamas?». El respondió:

«Me llamo Legión, porque somos muchos».

Y le rogaba con insistencia que no los expulsara de aquella comarca.

Había cerca una gran piara de cerdos paciendo en la falda del monte. Los espíritus le rogaron:

«Envíanos a los cerdos para que entremos en ellos».

Él se lo permitió. Los espíritus inmundos salieron del hombre y se metieron en los cerdos; y la piara, unos dos mil, se abalanzó acantilado abajo al mar y se ahogó en el mar. Los porquerizos huyeron y dieron la noticia en la ciudad y en los campos. Y la gente fue a ver qué había pasado.

Se acercaron a Jesús y vieron al endemoniado que había tenido la legión, sentado, vestido y en su juicio. Y se asustaron.

Los que lo habían visto les contaron lo que había pasado al endemoniado y a los cerdos. Ellos le rogaban que se marchase de su comarca. Mientras se embarcaba, el que había estado poseído por el demonio le pidió que le permitiese estar con él. Pero no se lo permitió, sino que le dijo:

«Vete a casa con los tuyos y anúnciales lo que el Señor ha hecho contigo y que ha tenido misericordia de ti». El hombre se marchó y empezó a proclamar por la Decápolis lo que Jesús había hecho con él; todos se admiraban.

Comentario

Cuando Jesús llegó a la región de los Gerosenos, «apenas desembarcó, le salió al encuentro, de entre los sepulcros, un hombre poseído de espíritu inmundo». Esa prontitud en el encuentro con Jesús del endemoniado bien parece una imitación de la vida cristiana: salió de los sepulcros como quien sale de la muerte, fue a buscar a Jesús, «se postró ante él» y «le rogaba con insistencia». Es un endemoniado que reconoce a Jesús, se inclina ante él, le suplica y se le somete.

Sin embargo, es una religiosidad falsa. Porque es una vida religiosa extraña a Jesús, al que la presencia de Dios atormenta: «¿Qué tienes que ver conmigo, Jesús, Hijo de Dios altísimo? Por Dios te lo pido, no me atormentes». Por eso, por ser una religiosidad sin Dios, es gris y sepulcral, una vida religiosa funeraria, que está toda ella muerta, pues «se pasaba el día y la noche en los sepulcros». Es una religiosidad autosuficiente y solitaria, de una soberbia incontrolable que no se vincula a nada ni a nadie, que no «podía ya nadie sujetarlo». Es una forma de vivir la religiosidad que llena ruido el corazón y le daña: pues, pasa el día «gritando e hiriéndose».

En eso puede consistir nuestra manera de vivir el cristianismo, si no parte de nuestra unión personal con Cristo: una vida solitaria, más muerte que vida, ausente de toda paz. Si no nace de la unión amorosa con el Señor, nuestras oraciones no son más que nichos vacíos.