Él está y eso lo cambia todo - Alfa y Omega

Él está y eso lo cambia todo

Domingo de la 3ª semana del tiempo ordinario / Marcos 1, 14-20

Jesús Úbeda Moreno
'Llamada de los hijos de Zebedeo' de Marco Basaiti. Gallerie dell'Accademia de Venecia (Italia)
Llamada de los hijos de Zebedeo de Marco Basaiti. Gallerie dell’Accademia de Venecia (Italia). Foto: David Bramhall.

Evangelio: Marcos 1, 14-20

Después de que Juan fue entregado, Jesús se marchó a Galilea a proclamar el Evangelio de Dios; decía:

«Se ha cumplido el tiempo y está cerca el reino de Dios. Convertíos y creed en el Evangelio».

Pasando junto al mar de Galilea, vio a Simón y a Andrés, el hermano de Simón, echando las redes en el mar, pues eran pescadores.

Jesús les dijo:

«Venid en pos de mí y os haré pescadores de hombres». Inmediatamente dejaron las redes y lo siguieron.

Un poco más adelante vio a Santiago, hijo de Zebedeo, y a su hermano Juan, que estaban en la barca repasando las redes. A continuación los llamó, dejaron a su padre Zebedeo en la barca con los jornaleros y se marcharon en pos de él.

Comentario

Comenzamos la lectura del Evangelio de Marcos propia del año litúrgico B durante los domingos del tiempo ordinario. Es muy significativo que, desde el primer momento del cumplimiento de la obra del Padre en la instauración definitiva de su Reino en la historia, esté vinculado a una comunidad de discípulos. Es la plenitud del diálogo salvífico de Dios con el hombre, que es llamado en la historia dentro de un pueblo y que, a la vez, responde a la propia identidad trinitaria de Dios mismo. En la Trinidad lo distinto no es hostil y todo se hace en comunión. En un mundo donde se nos quiere convencer de que tiene más valor lo que se hace en solitario, contrasta absolutamente la llamada de Jesús a los discípulos para hacerlos partícipes de su misión. Estamos hechos para la relación, no podemos entendernos ni querernos fuera de una. Nosotros nos salvamos en racimo. Cuántas veces nos sorprendemos intentando emanciparnos de la mirada que nos vivifica y en la que descubrimos que somos un don infinito, pensando que sea algo provisional que hay que superar. Qué paradoja tan grande. Recuerdo el disgusto en el instituto cuando me hacían trabajar en grupo, porque eso suponía que tenía que compartir el logro y me parecía que le restaba valor. Sin embargo, me he dado cuenta de que no he sido más feliz que cuando me he dejado amar por entero y he entregado la vida con gratuidad. Solo cuando se vive desde los otros y para los otros se vive feliz. Pero esto se centuplica cuando coincide con el mismo Dios hecho carne. La inmediatez de la respuesta es signo de la potencia de la llamada como abrazo incondicional al último repliegue de la vida, que coincide con el cumplimiento del tiempo y la cercanía del Reino de Dios en su persona. Es el fruto de una promesa vislumbrada en la relación con él. La vocación a trabajar codo a codo con el Creador del universo. No hay nada más bello y verdadero para el ímpetu del alma que lo quiere todo que poder colaborar con el Señor en la instauración de su Reino en cada corazón y en cada rincón de la tierra. Aunque lo que enardece el alma e impulsa el afecto y la libertad es ese «venid en pos de mí» (Mc 1, 17). ¡En pos de ti Señor, contigo! Esto es la vida cristiana y la conversión: creer en él y seguirle. En otra ocasión dirá el evangelista que los llamó «para que estuvieran con él» (Mc 3, 14). Me puedo imaginar la alegría de aquellos pescadores, porque es la misma que la mía cuando el Maestro te llama a estar con Él, a compartirlo todo con Él, a vivir cada instante pegado a él, mirándole, solo mirando lo que dice o no dice, qué hace o deja de hacer y, sobre todo, cómo ama. No hay alegría más grande en este mundo ni en ninguno que vivir de él y para él, lo cual coincide como la luz al perfil de las cosas con el instante presente, y, por tanto, no como debería ser sino como es ahora. «Se ha cumplido el tiempo», se ha llenado el tiempo de luz y esperanza. Él está y eso lo cambia todo.