No he venido a llamar a los justos, sino a pecadores - Alfa y Omega

No he venido a llamar a los justos, sino a pecadores

Sábado de la 1ª semana del tiempo ordinario / Marcos 2, 13-17

Carlos Pérez Laporta
'La llamada de San Mateo'. Jacob van Oost. Groeningemuseum, Brujas, Bélgica
La llamada de San Mateo. Jacob van Oost. Groeningemuseum, Brujas, Bélgica.

Evangelio: Marcos 2, 13-17

En aquel tiempo, Jesús salió de nuevo a la orilla del mar; toda la gente acudía a él y les enseñaba. Al pasar, vio a Leví, el de Alfeo, sentado al mostrador de los impuestos, y le dice:

—«Sígueme».

Se levantó y lo siguió.

Sucedió que, mientras estaba él sentado a la mesa en casa, de Leví, muchos publicanos y pecadores se sentaban con Jesús y sus discípulos, pues eran ya muchos los que los seguían. Los escribas de los fariseos, al ver que comía con pecadores y publicanos, decían a sus discípulos:

—«¿Por qué come con publicanos y pecadores?» Jesús lo oyó y les dijo:

—«No necesitan médico los sanos, sino los enfermos. No he venido a llamar a los justos, sino a pecadores».

Comentario

Es importante que el encuentro sea eventual: «Al pasar vio a Leví». Si no fuera así todo en nuestra vida estaría predeterminado. Pero la salvación entra en nuestras vidas pasando por ellas, y no haciendo de nuestra historia una cadena necesaria de sucesos. La providencia reconduce nuestra historia, no la determina, cuando la seguimos. Leví hizo lo que pudo y quiso toda su vida, y un día Jesús pasó por ahí.

Por eso, Jesús «come con publicanos y pecadores». Es necesario que pase por la vida de la gente, cuando todavía están en el pecado, y también cuando vuelven a caer una vez le han conocido. Jesús ha venido a entrar una y otra vez en la vida de los hombres pecadores, para reconducir su historia todas las veces que los hombres caigan.

Por ese motivo, la Iglesia no debe escandalizarse del pecado, sino ayudar al pecador a salir de él: «No necesitan médico los sanos, sino los enfermos. No he venido a llamar a justos, sino a pecadores».

Maria nos enseña a ello. Ella no nos mira con impaciencia o escándalo. Comprende nuestra historia sin justificarla: sabe que no era necesario cometer el mal para ir al bien, pero también ama nuestro corazón y se fía de él, que habiendo probado el mal, y probándolo una y otra vez, busca cambiar. Ella, como Jesús, lo apuesta todo al corazón humano, en el que la gracia de su presencia puede cambiarlo todo.