¡Más Lindgren, por favor!
Cualquiera que haya tenido niños alrededor conoce el valor de entretener. No solo es vital para el bienestar; aprendemos gracias a historias que nos cautivan
¿Cómo puede ser que nadie haya publicado las obras completas de Astrid Lindgren hasta ahora? Es un misterio, pero por suerte ya no hay que darle más vueltas, porque la editorial Kókinos se puso manos a la obra en 2020 y desde entonces no ha dejado de publicar título tras título en unas ediciones tan bonitas y tan cuidadas, hechas con tanto cariño y profesionalidad, que no creo que haya habido mejor noticia en el mundo de los libros infantiles desde hace mucho.
Nadie como Lindgren ha contado más y mejores historias a los niños. Solo ella y un puñado más de escritores infantiles —Roald Dahl y E. B. White entre ellos— han compartido esa rara capacidad para ponerse a la altura de sus lectores sin tratarlos como si fueran tontos. Leerla es verla sentada en un cojín rodeada de criaturas que la escuchan atentamente, contando historias sin más pretensión que la de entretener. Que parece fácil pero no lo es. Entretener: ¿puede haber algo más revolucionario en un mundo infantil prefabricado y lleno de moralina sin fin?
Sin embargo, cualquiera que haya tenido niños alrededor conoce el valor de entretener. No solo porque saber distraerlos es algo vital para el bienestar de todos, sino porque aprendemos gracias a las historias que nos cautivan. Por eso, si nos preguntan por un rey inglés nos vamos directos a Enrique VIII, que tuvo seis mujeres y a dos las mató. ¿Quién se olvida de algo así? No deberíamos subestimar el poder del entretenimiento.
Pippi Calzaslargas y Emil —antes Miguel el travieso— surgieron de esta necesidad de distraer. En el caso de Pippi, Lindgren intentaba entretener a su hija enferma. Un día, imagino que cansada y sin ideas, le preguntó: «¿Pero qué más quieres que te cuente, Karin?». Y Karin le respondió que lo que quería era que le hablase de Pippi Calzaslargas. Y así nació la archiconocida niña pelirroja de trenzas tiesas, mono en el hombro y fuerza descomunal. Algo parecido le ocurrió con Emil. Su nieto lloraba desconsolado hasta que se le ocurrió preguntarle: «¿Sabes lo que hizo un día Emil de Lönneberga?», y el niño dejó de llorar automáticamente. Cuando apremia la necesidad, la imaginación viene al rescate. Y nada más apremiante que un niño llorando.
Qué regalo ser niño y poder leer del primer al último libro de esta escritora. Para los más pequeños están los álbumes ilustrados de Pippi, con las ilustraciones tan lindas de Ingrid Vang Nyman, que siguen yéndoles al pelo más de 75 años después. Luego pueden lanzarse a Las travesuras de Emil, seis libros con las aventuras de ese niño tan alegre como cabezota, tan travieso como valiente. Aquí también se han mantenido las ilustraciones originales, de Björn Berg, que dibujó a Emil a partir de su propio hijo por sugerencia de Lindgren, que decidió que el niño era igual a su personaje.
De Emil pasaría a los tres libros de Pippi Calzaslargas, para chicos un pelín mayores. Y de Pippi a Karlsson en el tejado. Karlsson es un personaje al que le cogemos cariño a nuestro pesar: es egoistón, miente que da gusto y la lía constantemente, pero se hace querer. A esto también ayudan las muy alegres ilustraciones de Ayesha L. Rubio.
De Karlsson pasaría a los libros para chicos más mayores, Los hermanos Corazón de León, una conmovedora historia sobre la lealtad, la valentía y el amor de unos hermanos, ilustrada con muchísima delicadeza por Noemí Villamuza. O Mío, mi querido Mío, más oscuro quizá, pero bellísimo, tanto como los dibujos de Luz Marina Baltasar que lo acompañan.
Dejo para el final mi favorito: Ronia. La hija del bandolero. La historia de amistad entre Ronia y Birk, hijos de los jefes de dos clanes de ladrones enfrentados, es tan tierna, tan divertida, tan perfecta para niños de 11 o 12 años, que no entiendo cómo no lo ha leído más gente. Studio Ghibli lo adaptó, de forma impecable, en una serie de anime fantástica. Con los dibujos de la serie, del ilustrador japonés Katsuya Kondo, ha publicado Kókinos la novela original, preciosa, y el cómic basado en ella, perfecto para niños más aficionados a la novela gráfica.
El síndrome de Bullerbyn (palabra que sale de un título de Lindgren) es un término que describe la idealización de Suecia por la vía de los libros de la escritora. No me cabe duda de que sus niños lo tendrán si se acercan al mundo tan fantástico de esta señora, que va mucho más allá de las trenzas pelirrojas de Pippi Calzaslargas.