Este es el Cordero de Dios
Miércoles. 2ª semana de Navidad / Juan 1, 29-34
Evangelio: Juan 1, 29-34
Al día siguiente, al ver Juan a Jesús que venía hacia él, exclamó:
«Este es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. Este es aquel de quien yo dije: “Tras de mí viene un hombre que está por delante de mí, porque existía antes que yo” Yo no lo conocía, pero he salido a bautizar con agua, para que sea manifestado a Israel». Y Juan dio testimonio diciendo:
«He contemplado al Espíritu que bajaba del cielo como una paloma, y se posó sobre él. Yo no lo conocía, pero el que me envió a bautizar con agua me dijo: “Aquél sobre quien veas bajar el Espíritu y posarse sobre él, ése es el que bautiza con Espíritu Santo.” Y yo lo he visto, y he dado testimonio de que este es el Hijo de Dios».
Comentario
La voz de Juan era la voz que gritaba en el desierto, en medio de la nada. Su voz gritaba desesperada, porque por los pecados no podía esperar más del mundo. Los pecados hacían del mundo un lugar inhabitable. El mundo era una nada, un desierto. Por eso, su voz era la desesperación.
Sin embargo, precisamente por no poder esperar ya nada del mundo, solo esperaba a Dios. Hay aún una espera en la desesperación que se atreve a gritar. Porque su voz aún cree que hay alguien que pueda escuchar. Grita porque aún puede esperar contra toda esperanza a Dios. Cuando desesperamos del mundo, entonces esperamos a Dios. A ese que precisamente no es el mundo ni del mundo; es Dios al que nadie ha visto jamás en el mundo. Por eso Juan «no lo conocía». Puede esperar en medio de la desesperación del mundo, porque puede esperar al Dios escondido. No es todavía esperanza, porque todavía no conoce a Dios. Es la espera de la desesperación, que espera lo imposible.
Pero esa misma voz reconoce hoy a Dios: «Este es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo». Al reconocer ahora a Cristo, el mundo vuelve a cobrar consistencia, vuelve a componerse. Si Cristo está el pecado deja de determinar el mundo, y queda salvado. Ya no es un desierto. Por eso esa voz ya es la de la esperanza plena, y no desespera. Sí Cristo está ya no puede desesperar del mundo, porque Él puede vencer todos los pecados.
De ese modo, la voz que esperaba a Dios se torna de la esperanza, porque es la misma voz que reconoce a Jesús. Y se vuelve la voz de Juan la voz de la esperanza para todos los hombres: «yo lo he visto y he dado testimonio de que este es el Hijo de Dios». Por eso, repetimos su palabra en cada eucaristía.